01/02/2024 por Alba Soria Escarabajal

Componentes esenciales de la intervención educativa

 

El trabajo que se ha desarrollado se integra en el marco conceptual de la psicología positiva. El objetivo del mismo es poner de manifiesto la importancia de trabajar en el marco educativo los conceptos de resiliencia, educación emocional y bienestar subjetivo. Para ello, es necesario implementar programas que tengan como resultado la formación de discentes exitosos con una formación para la vida. Por lo que, no solo es necesario abordar el marco académico, sino también el componente emocional, con una finalidad global que integre los ámbitos social, individual y colectivo, para lograr una gestión adecuada de las competencias emocionales, la resolución y superación de problemas cotidianos o vitales, entre otras cuestiones.


Palabras clave:

Resiliencia, educación emocional, bienestar emocional, educación primaria.


The work presented is integrated into the conceptual framework of positive psychology. Its objective is to highlight the importance of working on the concepts of resilience, emotional education and subjective well-being in the educational framework. To do this, it is necessary to implement programs that result in the training of successful students with training for life. Therefore, it is not only necessary to address the academic framework, but also the emotional component, with a global purpose that integrates the areas social, individual and collective, to achieve an adequate management of emotional competencies, resolution and overcoming daily or vital problems, among other issues.


Keywords:

Resilience, emotional education, emotional well-being, elementary education.


1. Introducción

Uno de los objetivos de la educación es formar en la gestión emocional al alumnado, aspecto que le permitirá relacionarse adecuadamente personal y socialmente. En este contexto cobra importancia la pregunta: ¿cómo es que algunas personas a pesar de haber vivido situaciones traumáticas, de vulnerabilidad o acciones que amenazaban su vida, han logrado superarlas y tener un crecimiento personal positivo cuando todo apuntaba hacia una evolución negativa? Esta pregunta requiere, del término resiliencia, para su respuesta. Resiliencia procede del latín resilio que significa saltar hacia atrás, rebotar, e inició su andadura en el marco de la física para referirse a aquellos materiales que, pese a la presión sufrida, no se deforman y vuelven a su posición original tras la misma. Las ciencias sociales han integrado el concepto de resiliencia para referirse a las personas que, aunque experimenten situaciones de alto riesgo emocional o gran trauma, tienen un desarrollo psicológico saludable e incluso logran alcanzar una vida exitosa (Rutter, 1993).

Así, la resiliencia se enfoca en una serie de factores que permiten que afrontemos y, sobre todo, superemos, diferentes circunstancias adversas que se dan a lo largo de la vida, y sobreponerse a las mismas (Villalobos y Castelán, 2006).

Los y las docentes no podemos saber, concretamente, qué desafíos va a tener que afrontar nuestro alumnado a lo largo de su vida, pero una de nuestras funciones, como docentes, es proporcionarles las herramientas necesarias para que potencien las habilidades que les serán útiles en la superación de situaciones que puedan ser traumáticas o adversas (divorcio de los progenitores, fallecimiento de un familiar, sufrir acoso escolar, enfermedad crónica, etc.) lo que pueden lograr siendo personas resilientes. Es necesario tener en cuenta que la fortaleza del ser humano requiere de no evitar las situaciones que nos puedan resultar desagradables ya que son parte de la vida. Así, serán estas vivencias las que les permitirán desarrollar sus capacidades de afrontamiento y tolerancia a la frustración y el estrés. Alcanzando, de este modo, la madurez necesaria para comprender que la vida es cambiante y que, en conjunto, las vivencias agradables superaran a las más negativas.

2. A pie de aula

Para poder conseguir que nuestro alumnado sea resiliente es necesario que en las aulas se fomente el trabajo sobre las competencias emocionales (conocerlas, regularlas, …), y para conseguirlo debemos abordar el concepto de inteligencia emocional que, según Mayer y Salovey (1997): implica la capacidad de percibir con precisión, valorar y expresar emociones; la capacidad de acceder y generar sentimientos cuando facilitan el pensamiento; la capacidad de comprender las emociones y el conocimiento emocional; y la capacidad de regular las emociones para promover el crecimiento emocional e intelectual. (p. 10)

Gracias a este conocimiento, junto con las distintas estrategias resilientes, serán capaces de enfrentarse a las adversidades y superarlas, obteniendo un aprendizaje vivencial único y fortalecedor. Asimismo, esta adquisición de herramientas y de enfoque, les permitirá aumentar su bienestar emocional, lo que les conducirá, a su vez, a tomar decisiones de manera reflexiva, a inhibir una conducta inadecuada, a mejorar sus relaciones sociales (respeto y solidaridad hacia los demás), a que se acepten a sí mismos/as y a que estén más orientados a desarrollar metas (esto es lo que se conoce como tener un propósito en la vida), entre otros (Greco et al., 2007).

Finalmente, tal y como se recoge en el Real Decreto 157/2022, de 1 de marzo, por el que se establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la Educación Primaria, la adquisición temprana de estas habilidades permitirá que el alumnado sea capaz de reconocer y gestionar las emociones, a pensar antes de actuar, a tener en consideración cómo se sentirán los demás y a desarrollar su autoestima y autoconcepto. Por ello, en este trabajo proponemos un acercamiento conceptual a los 3 aspectos en los que pivotan estas habilidades (educación emocional, resiliencia y bienestar subjetivo) y que deberían formar parte de las intervenciones educativas.

2.1. Educación emocional

En primer lugar, abordaremos el ámbito de la educación emocional, cuya importancia en el marco educativo es un hecho contrastado, ya que tal y como recoge la Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación, la finalidad del proceso educativo está dirigida a que el alumnado se desarrolle de manera integral y alcance un estado de bienestar personal. Por ello, es necesario potenciar una educación que afiance la gestión emocional que, de hecho, facilita y mejora la convivencia, las relaciones sociales, el desarrollo integral y el respeto a las demás personas, entre otras cuestiones (Bisquerra, 2011). Todo ello, sin dejar de lado ni minimizar la importancia fundamental que tienen los contenidos académicos en el contexto educativo.

Aunque existen distintas ideas para conceptualizar la educación emocional, en este trabajo “consiste en un proceso educativo, continuo y permanente, para potenciar el desarrollo de la personalidad integral, con su componente emocional y cognitivo, y cuya última finalidad es aumentar el bienestar personal y social” (Caruana, 2010, p. 48). El objetivo concreto de este proceso pedagógico es desarrollar y entrenar las competencias emocionales, que forman parte de la inteligencia emocional, para potenciar así el bienestar emocional, una de las principales metas de la vida. Asimismo, la educación emocional, al requerir una práctica continuada, debe comenzar su entrenamiento en edades tempranas, desde el nacimiento y extender su enseñanza hasta la Educación Primaria, Secundaria, e incluso continuar en la vida adulta.

Pero ¿qué son las competencias emocionales? Bisquerra y Pérez (2007, p. 69) las definen como “el conjunto de conocimientos, capacidades, habilidades y actitudes necesarias para comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales”. Estas son habilidades imprescindibles para la vida y el desarrollo integral de las personas, que se pueden agrupar en 5 categorías: autonomía emocional, competencia emocional, competencia social, regulación emocional y herramientas para la vida y el bienestar.

  • Autonomía emocional: capacidad de autoaceptación y tener un buen autoconcepto. Requiere mantener una autoestima positiva, automotivarse en actividades personales, tener una actitud de apertura ante la vida y resiliencia para afrontar las situaciones de vulnerabilidad, entre otras.
  • Competencia emocional: capacidad de conocer e identificar las emociones propias y del resto de seres, de empatizar con las vivencias emocionales y la habilidad de emplear el vocabulario emocional adecuado en situaciones de comunicación verbal y no verbal.
  • Competencia social: facilita mantener relaciones sociales básicas, expresar pensamientos y sentimientos propios, compartir emociones, mantener una actitud de amabilidad y respeto por los demás seres, ser una persona asertiva y capaz de gestionar las situaciones emocionales.
  • Regulación emocional: permite controlar las emociones de un modo adecuado, comprendiendo que estas afectan al comportamiento y que ambos se pueden controlar mediante el razonamiento. Asimismo, es la capacidad que permite que las personas sean capaces de expresar las emociones adecuadamente y de afrontar las emociones negativas mediante técnicas como la autorregulación. Esta competencia requiere de una práctica más continuada y que se comience por regular emociones como la ira, el miedo, la tristeza, etc., (Bisquerra y Pérez, 2012).
  • Herramientas para la vida y el bienestar: habilidades y actitudes que facilitan la construcción y el desarrollo del bienestar emocional. Son valores que permiten adoptar comportamientos adecuados y responsables para afrontar los desafíos de la vida, fijar metas y tomar decisiones.

Por ello, para lograr cumplir con el objetivo principal de la educación emocional, que es desarrollar las competencias emocionales, en las últimas décadas, se han desarrollado y aplicado diferentes programas y estudios de gestión emocional como el Programa INTEMO (Ruiz Aranda et al., 2013) o el Programa Ulises (Comas et al., 2002) que entrenan al alumnado en las habilidades de expresar, comprender y controlar tanto las emociones propias como las ajenas, y que aportan diferentes herramientas que permiten poseer una mayor inteligencia emocional, para poder convertirse en personas capaces de autorregular sus emociones y ser emocionalmente competentes.

La importancia de la educación emocional se ha visto también reflejada en el aumento considerable de proyectos educativos relacionados con la promoción de la resiliencia y el bienestar emocional, su utilidad e importancia (Espejo-Garcés et al., 2017; Requejo-Fraile, 2019; Rubiales et al., 2018).

2.2. Resiliencia

En segundo lugar, nos acercaremos al ámbito de la resiliencia. En este contexto, debemos recordar que la vida, igual que ofrece muchas satisfacciones, está llena de situaciones no tan agradables o peligrosas; situaciones (enfermedad, problemas económicos, fallecimiento familiar, pandemia, etc.) que pueden afectar emocionalmente a las personas, incluso en el caso de tener la capacidad y la fuerza necesarias para afrontarlas. Sin embargo, hay distintas acciones según sea el perfil de la persona afectada. Así, hay personas, que resisten la situación, pero no la trascienden, no aprenden y pueden sufrir sin mejorar, otras se dejan vencer por las circunstancias y, también las hay que se enfrentan a estas circunstancias y salen fortalecidas de ellas. En este último caso, se habla de personas resilientes (Bonanno, 2005).

La complejidad de la conceptualización de la resiliencia se expone brevemente en función de las diferentes conceptualizaciones surgidas a lo largo de la historia. Así, ha pasado de ser considerada como una característica innata de las personas, a entenderse como un proceso dinámico entre los factores protectores y los factores de riesgo, hasta ser contemplada según las circunstancias o cultura de la persona (Puig y Rubio, 2011). En este trabajo la resiliencia se concibe como la capacidad humana que permite a las personas enfrentarse a las situaciones de adversidad, sobreponerse a estas y salir reforzadas (Grotberg, 1996).

Destacan los estudios pioneros realizados por Werner, quien hizo un seguimiento de 698 bebés nacidos en Kauai, continuando el estudio a lo largo de treinta años con 201 de ellos/as, que procedían de ambientes socioeconómicos desfavorables y para los/as que se esperaba un futuro psicológico negativo. Gracias a este trabajo descubrió que 72 de estas personas consiguieron mantener una vida adaptada a pesar de no haber recibido ningún tipo de ayuda especial. Por ello, los denominó resistentes al destino y destacó que todos/as poseían una característica en común: la resiliencia (Werner, 1994). Por otro lado, Garmezy, realizó un estudio sobre las razones que hacían que nacieran mentalmente sanos los/as descendientes de personas con esquizofrenia, atendiendo no solo a su nacimiento sino a su crecimiento en un ambiente problemático e inestable (Garmezy et al., 1984). Los primeros estudios analizaron las cualidades de estos niños/as, lo que llevó a proponer tres grupos de factores relacionados con la resiliencia (Masten y Garmezy, 1985):

  1. Los propios de la persona (el/la niño/a).
  2. Los relacionados con la familia (apoyo cercano y emocional).
  3. Los de su entorno social.

Tras estos primeros estudios, la investigación sobre resiliencia se amplía y se comienzan a elaborar programas diseñados para promoverla. Destacan dos, el modelo de Vanistendael y Lecomte (2002) conocido como “la casita” (Figura 1) para construir la resiliencia y el modelo de la rueda resiliente de Henderson y Milstein (2003).

El modelo de Vanistendael y Lecomte (2002) compara el aprendizaje de la resiliencia con la elaboración de una pequeña casa (la casita), donde cada estancia de esta haría referencia a un elemento que puede servir para desarrollar, preservar o recuperar la resiliencia.

En esta comparación, el suelo se refiere a las necesidades materiales básicas o elementales (salud, alimentos, hogar, etc.). En los cimientos se encuentran los elementos que conforman las relaciones sociales (familia, vecindario, …), estando en el centro la aceptación personal. A continuación, en la planta baja aparece la capacidad para hallar aquellos elementos que ayudan a encontrar un significado a la vida, un sentido. En el primer piso hay 3 habitaciones donde se agrupan 3 conceptos relevantes para la resiliencia (autoestima, desarrollo de competencias y actitudes, y sentido del humor). Por último, en el desván se encuentra el espacio que da lugar a la aparición de nuevas experiencias, que pueden ser de gran ayuda a la hora de construir la resiliencia.

Modelo de “la casita” de Vanistendael y Lecomte (2002) para construir la resiliencia.
Fuente: Vanistendael y Lecomte (2002)

Por su parte, Henderson y Milstein (2003) con el modelo de la rueda resiliente (Figura 2) proponen una herramienta para promover la adquisición de resiliencia en el ámbito escolar mediante 2 objetivos y 6 pasos. El modelo se puede aplicar en 3 niveles: el alumnado, los/as docentes y el centro educativo.

El objetivo 1, mitigar los factores de riesgo, se pretende alcanzar mediante:

  • Enriquecer los vínculos prosociales. Promoviendo las relaciones interpersonales y aspectos como la confianza y el apoyo.
  • Fijar límites firmes y claros. Modelando el comportamiento y fomentando un ambiente de cooperación y respeto tanto por los demás como por uno/a mismo/a.
  • Enseñar destrezas para la vida, como la capacidad para razonar, el trabajo cooperativo o establecer objetivos compartidos.

El objetivo 2, consiste en elaborar la resiliencia en el entorno, se alcanza a través de:

  • Dar apoyo y afecto, convirtiendo el centro educativo en un lugar en el que se brinda y obtiene ayuda incondicional.
  • Proponer metas realistas pero elevadas para que el alumnado conozca cuáles son sus capacidades y que debe dar siempre el máximo en cada acción.
  • Dar oportunidades de participación, planificación y resolución de conflictos a todas las personas que forman parte del centro.

Modelo de la rueda resiliente de Henderson y Milstein (2003).
Fuente: Henderson y Milstein (2003)

Uno de los proyectos más relevantes en relación con la resiliencia ha sido el Proyecto de Investigación Internacional de Resiliencia dirigido por Edith Grotberg (2007). En este trabajo se analizaron las estrategias y formas en que hijos/as mostraban la resiliencia, es decir, cuándo, cómo y de qué manera se veía externamente que eran resilientes. Otro objetivo del proyecto era estudiar cómo las personas adultas promovían que los niños/as fueran resilientes. Los resultados indicaron que la resiliencia es una capacidad universal, independiente del contexto socioeconómico de la persona y dio lugar a la elaboración de una propuesta no solo conceptual, sino también programática, como base de programas posteriores en la promoción de la resiliencia. En este programa señala una serie de características que clasifica o divide en 3 componentes: yo Tengo, yo Soy/Estoy, yo Puedo. Y cuyo entrenamiento o desarrollo se puede enfocar en cada uno de estos factores de forma individual o conjuntamente. Así, en el aula, el profesorado podría trabajar la resiliencia en el alumnado animando a que expresen verbalmente sus sentimientos, fomentando la demostración de la empatía, enseñando cómo asumir su responsabilidad, entre otras.

Los centros escolares son un lugar para la formación y el desarrollo integral del alumnado, convirtiéndose en un espacio en el que al promover la enseñanza y el aprendizaje de la resiliencia, se pueden favorecer las vivencias positivas que ayuden a compensar las negativas. Asimismo, la promoción de la resiliencia puede formar al alumnado y prepararlo para cuando le sea necesario el afrontamiento de situaciones de adversidad o vulnerabilidad.

2.3. Bienestar emocional

El último aspecto a tener en cuenta es el bienestar emocional. En este punto trataremos de responder a qué es el bienestar emocional y por qué debería ser uno de los principales objetivos para ser abordado en el ámbito educativo. La meta de la educación es formar al alumnado, no solo académicamente, sino emocionalmente, para así lograr que se desarrollen de manera integral y se constituyan como personas autónomas, críticas y libres en su vida adulta. A pesar de ello, a lo largo de las últimas décadas, la educación se ha centrado, fundamentalmente, en el fomento del desarrollo cognitivo, es decir, en la formación académica, abandonando el importante y tan necesario trabajo emocional (Bisquerra, 2012).

En un intento de acotar la complejidad del concepto de bienestar emocional, lo concebimos como “la experiencia de emociones positivas” (Bisquerra, 2014, p. 120). Aunque cabría preguntarse si es posible experimentar emociones de estas características teniendo en cuenta las situaciones adversas que una persona puede tener a lo largo de su vida (guerras, violencia, enfermedades, etc.). Y en la misma línea, debemos cuestionarnos si es o no posible alcanzar el bienestar emocional.

La respuesta a la primera pregunta es sencilla: sí, pero hay que matizar que no es fácil construirlo. Es decir, el problema no está en el número de situaciones de gravedad o negativas que afrontemos, sino en cómo logramos salir adelante a pesar de vivir esas tragedias. El bienestar emocional es un concepto estudiado desde distintas disciplinas, como la filosofía o la pedagogía, por lo que es habitual que, según el enfoque de estudio, se le denomine con “apellidos” distintos, así nos encontramos con bienestar subjetivo, calidad de vida o, incluso, felicidad, entre otros.

En relación con la segunda pregunta, el bienestar emocional es una meta vital del ser humano. Aun así, aunque sea un objetivo planteado para alcanzarse a lo largo de la vida, si se comienza a trabajar en los centros educativos, de manera transversal, desde la infancia, será más viable que lo podamos alcanzar en el futuro, logrando de este modo, no solo que el alumnado se transforme en personas más satisfechas, sino que formen y gesten sociedades más saludables.

Pero ¿cuál sería el medio necesario para lograrlo? En este caso, lo que se requiere es que se dé el desarrollo en los centros educativos de la educación emocional y del entrenamiento de las competencias emocionales (Bisquerra, 2012). Del mismo modo, al promover las emociones de carácter más positivo, pero sin evitar las negativas, se desarrolla la capacidad de afrontar las situaciones que generen algún tipo de malestar, es decir, la resiliencia.

Así, se hace necesario que, desde el ámbito educativo se dote al alumnado de las herramientas básicas para que sea capaz de alcanzar o tender a este estado, ya que, como han demostrado innumerables veces las investigaciones pedagógicas, cuando el aprendizaje se produce en edades tempranas es más sólido y antes se obtienen los resultados deseados (Bisquerra et al., 2015).

Como ya se ha comentado anteriormente, alcanzar ese estado de bienestar emocional depende de las vivencias que tengamos y de cómo les hagamos frente. Junto a esto, hay distintos factores que contribuyen a generar el bienestar emocional, entre ellos están la familia y las relaciones sociales, el amor y las relaciones sexuales, la satisfacción profesional, el tiempo libre, la salud, las características socioeconómicas y personales, el sentido del humor y la satisfacción vital (Bisquerra, 2000).

Hay que destacar que aquello que puede llegar a beneficiar a una persona, es decir, un factor de felicidad puede generar malestar en otra. Ya que el bienestar emocional es algo subjetivo, propio de cada persona, de manera que aquellas cosas o acciones que producen felicidad en una pueden no producirla en otra. Por lo que cada persona, atendiendo a sus necesidades, deberá trabajar unos factores u otros que la acerquen a lo que considera felicidad.

Sin embargo, pese a la amplia diversidad de caracteres entre el alumnado, junto con la resiliencia sería necesario que desde las escuelas se llevara a cabo el abordaje y entrenamiento del bienestar emocional generando autonomía, capacidad de decisión y flexibilidad mental, entre otras.

Conclusiones

Según lo expuesto, es necesario el desarrollo e implementación de programas escolares que promuevan la educación emocional, la resiliencia y el bienestar subjetivo.

Cada vez se realizan más investigaciones y propuestas educativas para fomentar el bienestar emocional en los centros de enseñanza. Sin embargo, hay que aunar la realidad educativa, cuya meta es la formación académica del alumnado, con la educación emocional. El componente académico es uno de los factores principales que se debe abordar en las escuelas, pero sin olvidar que se ha puesto de manifiesto que el bienestar emocional del alumnado mejora y se facilita cuando se interviene y se potencian aspectos fundamentales como la educación emocional y la resiliencia, redundando a su vez en la mejora académica (Bisquerra, 2011).

Asimismo, es importante destacar que, dado que en la vida vamos a encontrarnos con muchas y diferentes situaciones adversas o traumáticas, la intervención en resiliencia tiene un efecto positivo para el afrontamiento y la superación de estas (Bonanno, 2005). Además, abordar el trabajo y la gestión emocional de las emociones, tanto propias como ajenas, facilita una mejor relación social tanto intrapersonal como entre personas.

Según todo lo anterior, mediante la elaboración de programas no solo se proporcionan los medios adecuados, sino que la educación emocional y la resiliencia son herramientas de afrontamiento y superación eficaces que, además, permiten la gestión y regulación de las emociones, conforman una mejora en el autoconcepto, aumentan la empatía y potencian el trabajo colaborativo (Bisquerra y Pérez, 2012).

En definitiva, son enfoques que nos preparan para la vida, para comprender que la vida es variable y que, al final de esta nos habrán enriquecido tanto las denominadas experiencias positivas como las negativas, aprendiendo de todas ellas.

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