En este artículo queremos abrir una ventana acerca de la problemática actual, en las aulas de Secundaria, que supone el acoso escolar y su repercusión negativa en las personas que lo padecen. Para ello, hablaremos de las figuras implicadas, tipos de agresiones y secuelas que sufren los colectivos comprometidos. A causa de esto, lanzamos la imagen de una mayor presencia de acoso hacia las personas que presentan algún tipo de discapacidad o dificultad de aprendizaje. Finalmente, aportamos algunas sugerencias de acción para paliar el bullying y fomentar la implicación de todo el contexto escolar en su erradicación.
Palabras clave:
Bullying, Cohesión grupal, Dificultades Aprendizaje, Divergencia, Educación Secundaria Obligatoria.
The main abstract is the current problem as the bullying´s influency at ordinary Hight School classrooms. In fact, we want to clarify some of bullying´s frame, types of people are involved, different kinds of aggresions and negative consequences suffered by the groups involved. Because of this, we launched the image of the increasing presence of harassment towards people who present some type of disabillity or learning difficulty. At last, we provide some suggestions to relieve bulliying and encourage the involvement of the entire school context in its eradication.
Keywords:
Bullying, Group Cohesiveness, Learning Disabilities, Divergent, Hight School Education.
Todos hemos tenido una Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) plagada por un millón de recuerdos. Para muchos alegres y entrañables, y para otros, algo más agridulces. Pero ¿a qué se debe esa discrepancia? Sencillo, al trato que hayamos mantenido con nuestros compañeros de clase en dicha época.
Es bien sabido que la etapa de Secundaria es un período, para la mayoría de autores, de grandes “turbulencias” y que implica la transición de la infancia a la adultez. Tal y como lo denominó Erikson, es la espera social de los individuos que se encuentran inmersos en dicho cambio para ejercer el rol de adulto. Este momento evolutivo está marcado por la adolescencia, término proveniente del latín que significa “desarrollarse” o “crecer”; y que, a su vez, viene ligado a los conceptos de pubertad y juventud. Este último, lo definen Oliva y Palacios (1990), como la inserción en el mundo laboral de la persona para asumir las responsabilidades sociales propias de la adultez.
Mientras, la pubertad es el conjunto de cambios biológicos que transforman la anatomía infantil a la adulta, siendo algunos de ellos: el desarrollo de los órganos sexuales, todos los cambios estructurales básicos (mayor musculatura en el hombre y redondeo de la figura en la mujer), la aparición del vello corporal…etc. Vinculados a las modificaciones tanto a nivel psicológico-emocional (la metacognición, la creación de la moralidad, la construcción de la identidad personal…etc.) como a nivel social. De este último destacamos, algunos de los procesos más relevantes como son la redefinición de relaciones interpersonales, la ampliación de círculos sociales, el surgimiento de las primeras parejas…entre otros. (Onrubia, 1997).
Dichos procedimientos evolutivos no están aislados, sino que en nuestra cultura existe, en la actualidad, una continua comparación social entre los miembros de un mismo grupo de pertenencia. Por consiguiente, ¿qué sucede cuando el grupo de pertenencia considera divergente a uno de sus miembros? Antes de responder a esta cuestión, debemos conocer la descripción de “divergente”, cuyo significado, según la Real Academia Española (RAE), es “discordar” o “discrepar”. Dicho de otro modo, podemos inferir que divergente es aquella persona que se aleja de lo normativo, por tanto, puede ser cualquier individuo que, por sus características, sea “excluyente” de alguno de los aspectos que hayan marcado la norma dentro del grupo de pertenencia.
Así pues, la comorbilidad entre divergencia y exclusión queda latente. Por tanto, respondiendo a la pregunta, los miembros considerados divergentes dentro de su propio grupo de pertenencia son, mayoritariamente, discriminados. Esta exclusión comienza, según la Plataforma del Voluntariado de España (PVE), con el rechazo de conductas habituales, por algunas características personales, por el nivel socio-económico, ideologías políticas o religiosas…etc. de alguno de esos miembros divergentes dentro del colectivo. A causa de esto, lanzamos el siguiente interrogante.
Los límites de la exclusión, a día de hoy, son cada vez más complejos. Sin embargo, podemos hacer una categorización de los tipos de rechazo que encontramos dentro de la sociedad globalizada en la que vivimos, siendo el primer tipo de exclusión, la supresión completa con la comunidad. Esta provoca un amplio sufrimiento que conlleva al sentimiento de destierro en los miembros que lo padecen. El segundo modelo es la separación en algunos espacios o sectores de la sociedad, lo que implica el aislamiento temporal de las personas dentro de su colectivo de pertenencia. Mientras que el tercero de ellos, y al que hacemos mayor énfasis mediante el presente artículo, es la exclusión privada de personas concretas, llegando incluso a la negación de sus derechos fundamentales (Castel,2004).
De acuerdo con los Planes Nacionales de Inclusión Social del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (MTAS, 2001, 2003 y 2005), existen en España doce colectivos en riesgo de exclusión social, así tenemos: individuos de la tercera edad, infantes y familias en situación/riesgo de exclusión, drogodependientes, individuos pertenecientes a minorías étnicas, población inmigrante, enfermos de sida, mujeres en situación/riesgo de exclusión, individuos sin hogar, solicitantes de asilo, población reclusa y colectivo con discapacidad. Centrándonos en este último grupo, hablamos de personas con deficiencias físicas, psíquicas y/o sensoriales, cuyo desarrollo normal e integración en la sociedad es complejo.
La concepción de discapacidad abarca también al de dificultades de aprendizaje. En otros términos, las dificultades de aprendizaje se encuentran enmarcadas, dentro de la legislación española, desde el surgimiento de la Ley Orgánica de Ordenación General del Sistema Educativo del Ministerio de Educación y Ciencia (LOGSE), donde se destaca que son un desfase, con respecto a su grupo de referencia, en el aprendizaje de saberes básicos que se esperan que obtenga un sujeto y, está relacionado con problemas con el procesamiento cognitivo (atención, percepción y memoria).
Por lo tanto, como especialistas en educación, debemos estar familiarizados, con dicha terminología, puesto que en nuestra aula existe un porcentaje de este colectivo que es susceptible a recibir un trato discriminatorio por parte de sus compañeros y compañeras. ¿Y cómo podemos designar este trato excluyente? La respuesta es sencilla: Bullying.
Es un término muy de “moda” en el panorama escolar, pero ¿qué conocemos acerca del bullying? Según Heineman (1969) y Olweus (1973) el bullying o acoso escolar es un tipo de violencia que se da entre iguales dentro del contexto educativo. Este trato negativo y repetitivo provocado por uno o varios ejecutores se da contra un individuo divergente que no tiene la capacidad para defenderse a sí mismo. Algunas clases de acoso escolar, descritas por UNICEF (2019) son, mayoritariamente, agresiones verbales o físicas, discriminación social, acoso sexual o variaciones de las mismas como robos, extorsión…etc. Siguiendo con la descripción de estos autores, las figuras que aparecen como protagonistas dentro de estas acciones negativas son las consideradas como víctima (persona que padece el acoso), acosador (individuo que genera el acoso) y testigo o espectador (sujeto o sujetos que por diversos motivos se limitan a observar los acontecimientos sucedidos, sin mediar en ellos).
Por consiguiente, si ojeamos los indicadores a nivel global de acoso escolar, según el Informe Cisneros X (2007), el porcentaje de alumnado que sufre de acoso escolar o bullying es de un desolador 23,3%. Entretanto en España, encontramos un ascenso del 24,4% conforme a lo expresado por la revista digital El País para el pasado curso académico 2021/22. A raíz de esta concreción, remarcamos el siguiente interrogante:
Sufrir acoso escolar o bullying en cualquiera de las etapas educativas produce mucho sufrimiento y angustia (Armeiro, Bernardino y Bonet, 2011), pero es aún más reseñable en la etapa de secundaria, debido a que es la etapa donde se producen mayores cambios, tal y como hemos citado anteriormente. Asimismo, y perpetuando las teorías de los autores, las víctimas, con frecuencia pueden sufrir estrés postraumático, trastornos de ansiedad, somatizaciones, una disminución de la autoestima, cambios en su actitud y el carácter, alteración del apetito, aislamiento y depresión, e incluso ideas periódicas de suicidio.
Por lo que como docentes no podemos permitir que en nuestras aulas se sigan perpetuando estos conflictos de convivencia que tanto mal generan, tanto a nivel grupal como individual. Dicho esto, todos podemos imaginar la existencia de alumnado, cariñosamente apodado, divergente en nuestra aula y cuya pertenencia sea en mayor proporción al colectivo con discapacidad o con dificultad de aprendizaje, que padezca este tipo de discriminación.
Consecuentemente, si sospechamos que se da algún tipo de maltrato en nuestra aula, lo primero que debemos que hacer es preguntar directamente a nuestro alumno o alumna que sufre dicho acoso para verificar nuestras sospechas y, seguidamente, dejarnos asesorar por el equipo psicopedagógico del centro. Si queremos erradicar este problema, en otras palabras, tenemos la función de buscar soluciones que promuevan la cohesión grupal, el aumento de la autoestima de nuestros alumnos y alumnas y erradicar el acoso escolar, mediante la sugerencia de las siguientes técnicas.
Una de las funciones que tenemos los maestros, con independencia de la especialización, es servir de ejemplo. Esto implica, de forma intrínseca, ser, enseñar y promover una convivencia escolar positiva, donde mostremos a nuestro alumnado la gran valía que tiene cada uno de ellos por sus propias particularidades, la importancia de saber que son factores, en sí mismos, de protección contra el acoso escolar (Villena Martínez, 2016), y perpetuar acciones que fomenten la convivencia positiva con todo el contexto educativo. Es por este motivo que la forma de educar al alumnado en la empatía y el sentirse parte indispensable de un todo, es mediante la cohesión grupal.
La definición de cohesión grupal nos la brindan Pujolàs y Lago (2009), quienes afirman que es la consecución de la toma de conciencia grupal y, por ende, la formación de la comunidad educativa. También se ha de generar una meta común durante este proceso creador, siendo en nuestro caso, la erradicación del maltrato en el aula. Ahora bien, los profesores debemos conseguir una buena cohesión de grupo al promover la confianza, empatía e inteligencia emocional en nuestro alumnado. Asimismo, fomentamos la tolerancia y la aceptación de las diferencias (Torralbas y Batista, 2020). En consecuencia, os presentamos algunas ideas para llevar a cabo nuestro objetivo de eliminar el acoso y obtener mejor unión de los miembros.
Antes de nada, queremos hacer una aclaración, y es que mediante estos procedimientos queremos dar algunos ejemplos para erradicar el acoso escolar. No obstante, no son leyes universales, es decir, deberemos basarnos en las características de nuestra aula y su alumnado. Pero fundamentalmente, deberemos estar coordinarnos con el Equipo de Orientación Psicopedagógica del centro, tal y como hemos mencionado con anterioridad.
Si nos centramos en erradicar el maltrato en nuestra aula, primeramente, tendremos que dividir nuestras intervenciones en sesiones centradas en diversos objetivos, tanto para el alumnado como para las familias, tales como: conocer qué saben acerca del bullying o acoso escolar, generar el sentimiento de empatía por aquellos que lo padecen, fomentar una autoestima adecuada, propiciar la creación del sentimiento de pertenencia y potenciar un clima de aula positivo…entre otros. De esta manera, las actuaciones quedan plasmadas de la siguiente forma:
Otros ejemplos de actividades a realizar que no hayamos contemplado en este modelo y que se pueden trabajar de forma transversal en el aula, bajo la coordinación con el Equipo de Orientación Psicopedagógica, son:
Conclusiones
El incremento del porcentaje de alumnado que sufre acoso escolar en las aulas actuales, es cada vez mayor y, no podemos hacer la “vista gorda” ante este tipo de situaciones. El bullying genera gran cantidad de daño y repercusiones negativas para aquellos que lo padecen, debido a que repercute en el desarrollo del individuo, a nivel psicológico, teniendo o no dificultades de aprendizaje o siendo de un colectivo en riesgo de exclusión. No obstante, mediante el presente artículo hemos querido hacer un compendio de posibles soluciones que ayuden a concienciar al contexto educativo acerca de los efectos negativos del acoso escolar, así como una mayor implicación para su erradicación. Es por este motivo que en la Escuela contamos con un clima privilegiado para realizar modificaciones reales y duraderas en la sociedad, ya que como dijo Nelson Mandela “La educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”.
REFERENCIAS