Este artículo trata la disrupción en el aula tanto de Educación Infantil, como Primaria o Secundaria, al ser esta un problema creciente que cada vez preocupa más en el ámbito educativo. Para ello, se ofrece información acerca de las conductas disruptivas ocasionadas por parte del alumnado como la definición de estas, ejemplos de las mismas para lograr identificarlas, factores que las ocasionan, las consecuencias que estas acarrean en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Asimismo, se incluyen una serie de estrategias de intervención que pueden ser útiles para los docentes a la hora de luchar contra dicha disrupción y conseguir atajarla de manera definitiva del aula.
Palabras clave:
Ambiente escolar, disrupción, disciplina, estrategias de intervención, proceso de enseñanza-aprendizaje.
This article deals with disruption in the classroom both in Kindergarten, Primary or Secondary Education, as this is a growing problem that is increasingly worrying in the educational field. For this, information is offered about disruptive behaviors caused by students, such as their definition, examples to identify them, factors that cause them, or the consequences they have on the teaching-learning process. Likewise, a series of intervention strategies are included that can be useful for teachers when it comes to fighting against such disruption and managing to tackle it from the classroom.
Keywords:
School environment, disruption, discipline, intervention strategies, teaching-learning process.
A medida que transcurren los años, sigue dándose el surgimiento de conflictos en el ámbito educativo con frecuencia. Junto con los episodios de violencia que tienen lugar en los centros escolares, existen otros sucesos que, aunque alarman en menor medida, están a la orden del día y preocupan a la comunidad educativa (Jurado y Justiniano, 2016; Jurado y Olmos, 2012; Observatorio Convivencia Escolar, 2010; Inglés et al., 2009). Uno de ellos, y el cual nos ocupa en este artículo, es la disrupción en el aula, con todo lo que esta conlleva en el proceso de enseñanza-aprendizaje tanto del docente como del resto de alumnado y en el clima de convivencia de estos en el aula.
Para entender la temática sobre la que versa el presente artículo, cabe definir el término “disrupción” o, en este caso, las conductas propias de la misma, en otras palabras, las “conductas disruptivas”.
La mayoría de los autores que se han dedicado a este tema (Fernández, 2001; Gotzens, Castelló, Genovard y Badía, 2003; Muñoz del Bustillo, Pérez y Martín, 2006; Pino y García, 2007; Torrego y Moreno, 2003; Soler, 2006; Uruñuela, 2007, 2010, etc.) coinciden en denominar las conductas disruptivas como aquellos comportamientos que interrumpen las actividades iniciadas, alteran el desarrollo normal de las clases, obligan al docente a invertir en afrontarlas buena parte del tiempo que debería ser destinado al proceso de enseñanza-aprendizaje, que se manifiestan de manera constante y que, a menudo, como destaca Uruñuela (2010), pretenden quebrantar el proceso educativo o, incluso, buscan implícita o explícitamente que este no llegue a producirse.
En este sentido, Calvo (2003) señala que estas conductas son “el resultado de una falta de adaptación de los alumnos, que pretenden compulsivamente sentirse más valorados por su grupo e ignorando las necesidades del resto de sus miembros, o llegando incluso a vulnerar sus derechos, de los que cabe deducirse otras características añadidas, tales como baja capacidad de tolerancia a la frustración, impulsividad, entre otras.
De esta manera, podemos decir que una conducta disruptiva es aquel comportamiento característico del alumno/a que interfiere, molesta, interrumpe e impide que el docente desempeñe su labor educativa. Estas conductas, además de perjudicar el desarrollo de la función docente, generan un mal ambiente y malestar en el aula. El proceso de enseñanza-aprendizaje se verá perjudicado por estas conductas y, como consecuencia de ello, el resto de iguales no alcanzarán los objetivos educativos establecidos.
El conocimiento de estas conductas y la posterior reflexión sobre los factores que las originan, algunos ejemplos de estas, así como las consecuencias que pueden acarrear tanto en el proceso educativo como en la convivencia del centro escolar en su conjunto pueden resultar el primer paso para lograr su control y progresiva erradicación.
Uruñuela (2006) compara el origen y la presencia de las conductas disruptivas con un iceberg: una cosa es lo que se ve, lo que sucede, los comportamientos y conductas manifestados, pero, por debajo de dichas conductas, sirviéndoles de base y apoyo, está la parte sumergida: las creencias, las opiniones, las teorías del profesorado, las de los padres y madres o las del propio alumnado. Y, todavía más por debajo, como parte más importante y fundamental, están los valores que guían las conductas que sustentan esas creencias, opiniones y teorías. Si nos quedamos únicamente en lo superficial, en las conductas en que manifiestan la disrupción, difícilmente entenderemos todo este fenómeno en su complejidad. Por ello, es necesario completar el análisis y descubrir qué creencias, ideas y teorías hay por debajo, y qué valores dan apoyo a estas teorías.
Siguiendo a lo anterior, el origen y la presencia de las conductas disruptivas no es algo solo del ámbito escolar, sino que este problema viene dado por la interacción de diversos factores. Por lo tanto, los problemas de comportamiento precisan ser enfocados desde diferentes puntos de vista, entre ellos, la cultura, la familia y el contexto del niño o la niña (Monsalve, Mora, Ramírez, Rozo, & Rojas, 2017). Por ello, a continuación, se detallarán los factores tanto externos al aula como los que se dan dentro de la misma y que pueden ser detonantes de la disrupción escolar:
Los factores externos son aquellas causas que suscitan la aparición de las conductas disruptivas en el aula y están caracterizadas por ser ajenas al contexto de la misma. Seguidamente, se muestran una serie de factores externos que, a su vez, se clasifican atendiendo a diferentes ámbitos, y que contribuyen a la existencia de la disrupción por parte del alumnado:
Dentro de los factores familiares, encontramos el contar con padres sobreprotectores, excesivamente permisivos y con falta de autoridad (Giménez-García, 2014) que no establecen unas normas explícitas o llevan a cabo unas pautas educativas incorrectas con sus hijos. En el otro extremo, se da el hecho de experimentar abandono, carencias afectivas, sufrir violencia o malos tratos por parte de los padres. Asimismo, las conductas disruptivas en el sujeto pueden darse a raíz de problemas psicopatológicos en los padres. También pueden deberse a la existencia de un código lingüístico restringido con los mismos, o vivir en un contexto de bajo nivel cultural y/o económico.
En cuanto a los estilos de crianza, algo fundamental en el desarrollo de un niño, los hallazgos determinan la presencia del estilo autoritario y del permisivo, intervienen en la irrupción de rebeldía, provocan malas relaciones interpersonales con los padres, dificultades en el rendimiento escolar y escaso autocontrol emocional, y conductas agresivas por parte de los niños. Estos resultados se asemejan con la investigación de Aguirre & Villavicencio (2017), los cuales aportan que el estilo de crianza autoritario tiende a formar conductas agresivas.
Siguiendo con los factores sociales que pueden condicionar la conducta del sujeto, encontramos la exclusión de este y/o a la familia a la que pertenece; asimismo, la marginación sufrida por pertenecer a una determinada clase social desfavorecida; o la deprivación ambiental por un exceso de fuentes de estimulación en el entorno. Además, influye negativamente la posible pertenencia a un grupo en el que se practica vandalismo; el coqueteo con las drogas por influencia de los amigos, la repercusión de la televisión, el cambio en la posición/rol del maestro y del alumno con respecto a tiempos pasados, entre otros factores diversos.
También se deben considerar los factores clínicos o psicológicos como, por ejemplo, las conductas disruptivas causadas por alumnos con TDAH, así como cualquier otro trastorno que provoca que el alumno/a no sea capaz de tener autocontrol y tenga conductas disruptivas que puedan mermar el buen transcurso de las clases en el aula.
Como factores internos, es decir, que se dan dentro del aula y que provocan la aparición de las conductas disruptivas, encontramos diversos, los cuales son estos:
Además, como factores tanto internos como externos al aula, cabe mencionar los factores académicos como los hábitos de estudio, la diversidad de alumnado, las diferencias académicas entre este, o los niveles previos de cultura y educación. Todo ello tiene mucha influencia en el ritmo, capacidad y nivel de aprendizaje de los educandos, y propicia la aparición de problemas con los comportamientos disruptivos.
Existen múltiples tipologías de conductas disruptivas que se pueden dar en el ámbito escolar. Gotzens (1986) las define como conductas distorsionadoras, y las clasifica de la siguiente forma:
Cabe mencionar que, aunque se han citado diversas maneras de comportamiento disruptivo, existen muchas más, todas con la característica común de que dificultan o imposibilitan un adecuado proceso de enseñanza-aprendizaje por parte del/la docente y del alumnado, respectivamente. Otros ejemplos de conductas disruptivas son estos:
Siguiendo a lo anterior, algunas de las conductas disruptivas más frecuentes que se dan dentro de las aulas son: hablar mientras el profesor explica, levantarse del asiento sin permiso y de forma constante, discutir con los compañeros, hablar por encima del docente y/o los compañeros, actuar de forma agresiva con los miembros de la comunidad educativa (ya sea entre iguales o no), entre otras. Este tipo de acciones hace que se genere un clima tenso en el aula, lo que propicia que se creen malas relaciones entre el alumnado y el profesorado, haciendo que se complique alcanzar en su debido momento los objetivos propuestos de enseñanza y aprendizaje. Por esto, es muy común observar que los docentes consideran la disrupción escolar como la música que se escucha de fondo en la mayoría de las aulas (Torrego y Moreno, 2003, p.129).
No cabe duda de que las conductas disruptivas acarrean una serie de consecuencias que afectan negativamente a muchos aspectos, entre los cuales destacan el proceso de enseñanza-aprendizaje del resto de compañeros/as; así como a la convivencia tanto en el aula como, en general, a nivel de centro. Uruñuela (2006) sostiene que existen dos categorías de conductas disruptivas: las conductas que afectan a la institución como centro de aprendizaje, pudiendo darse la falta de rendimiento, el molestar en clase o el absentismo. Por otro lado, también pueden perjudicar a la institución como centro de convivencia con faltas de respeto, conflictos de poder entre el profesor y un determinado educando o grupo, o conductas violentas.
Las consecuencias que se asocian a estos comportamientos son diversas. Según Uruñuela (2006), algunas son las continuas molestias en clase al resto de compañeros/as, así como la derivada falta de rendimiento académico tanto del alumnado disruptivo como del resto de iguales, así como, o el absentismo escolar al carecer de interés por asistir al centro educativo y participar en el proceso de enseñanza-aprendizaje en el aula junto al/la docente y a sus compañeros.
Las conductas contrarias a la dimensión “centro de aprendizaje” pueden agruparse en tres grandes categorías. En primer lugar, la falta de rendimiento, que se manifiesta en la pasividad del estudiante, en no traer el material, no realizar los ejercicios, o negarse a hacer exámenes o evaluaciones. En segundo lugar, molestar en clase, manifestado de muchas formas, hasta 162 comportamientos diferentes: hablar constantemente, levantarse, cambiarse de sitio, jugar, cantar, pasear a un compañero a hombros, imitar ruidos de animales, no dejar trabajar a los compañeros, entre otros. Por último, el absentismo, manifestado en faltas de puntualidad, faltar a clase a una hora o asignatura concreta, entre otros (Uruñuela, 2006).
Algunas de las consecuencias derivadas de las conductas disruptivas son las siguientes:
Las conductas contrarias a la “dimensión de convivencia” pueden agruparse también en tres categorías: la falta de respeto, manifestada en conductas que consideran al profesor/a como un igual, desobedeciendo sus indicaciones o contestando de manera impertinente y desproporcionada este/a. En segundo lugar, se dan los conflictos de poder entre el profesor/a y un determinado educando o grupo, en el que se entra en una espiral incontrolable de agresión general, la cual suele terminar con el profesor/a perdiendo su autoridad. En última instancia, se dan las conductas puntuales violentas, en las que los alumnos disruptivos emplean la violencia en sus múltiples formas: verbal, física, social psicológica y, recientemente, cibernética para conseguir lo que quieren (Uruñuela, 2006).
Llegados a este punto, ante la existencia de conductas disruptivas en las aulas, su intervención es responsabilidad tanto del sistema educativo como al entorno de este. Así, es preciso utilizar estrategias de mejora de la convivencia desde el centro hasta estrategias de enseñanza y aprendizaje. Por tanto, las conductas disruptivas deben ser asumidas desde el recorrido académico del alumnado, las familias, el propio alumno o alumna, los docentes y los orientadores (Jurado y Justiniano, 2015). En este sentido, resulta necesario plantear diferentes niveles de actuación para abordar el problema:
Cabe destacar que este subapartado es el que ostenta más importancia, ya que la disrupción en el aula merma la relación docente-alumno/a y dificulta, incluso llegando a imposibilitar, la tarea docente, así como la adquisición de conocimientos por parte del resto de alumnado.
Dentro de las estrategias de intervención educativa a considerar por los docentes, encontramos dos ejes desde los cuales actuar: de cara a su interacción con el alumnado y a la hora de desempeñar su propia labor educativa. El/la docente debe tener como objetivo principal el facilitar las estrategias y los medios necesarios para que los discentes adquieran habilidades para conocerse, desarrollar al máximo sus potencialidades y adaptarse al medio social en el que viven y se desarrollan. Debido a que las conductas disruptivas pueden atentar seriamente contra dicho proceso, estas se tratarán de abordar a partir de los aspectos que siguen:
Torrego y Fernández (2011), en su artículo “Protocolo de actuación ante la disrupción en el aula” (p. 105) agrupan algunas propuestas de gestión y manejo de la interacción en el aula:
En este apartado se presentan algunas propuestas metodológicas (Torrego y Fernández, 2011, p. 105) para prevenir o disminuir las conductas disruptivas, que son las que siguen:
Como pautas a seguir por el maestro/a para prevenir las conductas disruptivas, García (2008, p. 197) propone las que figuran a continuación:
Saludar al alumnado y supervisar la entrada de este al aula. Establecer y mantener contacto visual; hacer uso de los nombres propios de los alumnos, así como el uso de “nosotros” al hablar en grupo; dar impresiones verbales y no verbales tales como gestos, miradas o señales con el dedo; hacer buen uso del concepto tiempo-espacio; tener en cuenta la puntualidad; ocupar un lugar central en el aula; y hacer comentarios precisos y visuales al alumnado.
Comenzar con la tarea individual de mesa; motivar y activar la curiosidad e interés por el tema; hacer saber de manera explícita al alumno/a cómo va a ser la organización de las tareas a realizar (quién, qué, cómo, durante cuánto tiempo) y las metas que perseguimos con estas. También, se han de relacionar los contenidos con los intereses del alumnado y con los conocimientos previos que estos poseen, y hacer preguntas que ayuden a conectar la nueva información con lo que ya se sabe, y que vayan construyendo conocimiento a partir de ellos.
La programación de aula debe contemplar tiempos y materiales, además de contenidos; se deben poner en práctica variedad de actividades y de estilos de aprendizaje, en los cuales se trabajen las habilidades de mirar, escuchar, hablar, escribir, elaborar preguntas y contestaciones, de manera individual, por parejas o por grupos. Asimismo, se deben proporcionar tareas abiertas que admitan varias soluciones; estructurar la actividad de forma posible de realización y comprensible para los discentes; se ha de supervisar de manera continua distribuyendo la atención entre todo el alumnado mientras se lleva a cabo lo comentado anteriormente.
El/la docente debe valorar las contribuciones creativas e incorporarlas en sus sesiones si es posible; ha de alagar y retroalimentar al alumnado para hacerles saber si están haciendo un buen trabajo o hay algún aspecto de este que mejorar. Del mismo modo, debe mantener un ritmo más o menos constante durante la sesión, cambiar de actividad sin hacer sobresaltos, ya que las transiciones conllevan mucha disrupción; asimismo, debe evitar interrumpir el fluir de la clase innecesariamente, ha de dejar para el final los aspectos no prioritarios; y ayudar a los discentes en lo que estos requieran.
El/la docente deberá aclarar dudas y preguntar por las dificultades que puedan surgir a los alumnos/as; no debe permanecer demasiado tiempo en un mismo tema, aunque tampoco debe tener excesiva prisa por avanzar, ya que ha de respetar los ritmos y tiempos individuales de trabajo de los estudiantes. Posiblemente, necesite distribuir la tarea entre los diferentes miembros de algunos grupos, darles instrucciones o pautas específicas. Del mismo modo, deberá tener preparadas tareas ajustadas a diferentes niveles de rendimiento y/o capacidad para lograr una buena atención a la diversidad.
El/la docente no deberá permitir que un grupo o una persona monopolice su atención, por lo cual, tendrá que aconsejar, anotar, reprender, leer y escuchar al alumnado en voz alta. Además, ha de ser consciente del espacio del cual dispone para llevar a cabo sus sesiones, por lo que deberá saber bien dónde situarse (delante, entre los pupitres, al final o moviéndose) para ver las tareas que realizan los educandos.
A la hora de concluir con la sesión, el/la docente deberá considerar y organizar el final de la clase, por lo que debe dejar tiempo para que todos los discentes acaben las tareas encomendadas. Asimismo, deberá estar preparado/a para que el alumnado más conflictivo termine antes que los demás la tarea. Por último, es conveniente que resuma todo lo que se ha hecho durante la sesión y puede conectarlo con los planes que tiene para hacer en futuras clases. Algo que puede contribuir al acercamiento del/la docente al alumnado más disruptivo es mantener unas breves palabras con estos a la salida del aula, de modo que se refuerce la relación alumno-docente (García, 2008, p. 197).
Uno de los principales elementos preventivos será la existencia de un conjunto de normas de aula elaboradas con la participación de los alumnos y el docente. Esto será una herramienta de gran importancia a la hora de prevenir y disminuir cualquier atisbo de disrupción que pueda surgir, ya que el alumnado estará más motivado a respetar las normas en cuya creación han participado, antes que otras normas externas ya impuestas por el/la docente o por el centro educativo. Por supuesto esta labor debe estar supervisada siempre por e/la docente, y las normas de clase deben situarse en un lugar visible dentro del aula para que el alumnado las vea y recuerde cumplirlas .
Los objetivos que se deben perseguir con la creación y el establecimiento de las normas de clase son tanto el desarrollo de la responsabilidad y moral autónoma del alumnado como que se genere en este un sentido de pertenencia o adhesión emocional al grupo-clase y al centro. Por ello, se deberán incluir las propias normas y una serie de consecuencias respectivas ante el incumplimiento de las reglas. Dichas consecuencias, que figurarán como correcciones de las malas conductas serán la reparación del daño causado o, en lugar de un castigo arbitrario, la realización de actividades positivas de concienciación (Torrego y Fernández, 2011).
Al abordar este subapartado, se ha de destacar la complejidad que conlleva la tarea de conseguir una buena convivencia tanto a nivel de centro como de aula. El centro deberá analizar su organización y trabajar para lograr una adecuada coordinación entre el equipo directivo y el docente, todo ello con el fin de alcanzar una mejora global del proceso enseñanza-aprendizaje, y poner en marcha la organización de proyectos de mejora de la convivencia.
No obstante, no se trata de algo fácil y que pueda hacer únicamente la escuela, por lo que necesita la colaboración de todos los agentes educativos, empezando por la familia. En relación a esta, es crucial acercar posturas e integrarla en el proceso de intervención para reducir el enfrentamiento entre la actuación seguida en el centro y en el medio familiar.
Según Uruñuela (2012), debe haber colaboración entre el centro y la familia, una coordinación crucial, ya que, de lo contrario, podría suceder lo que se conoce como “síndrome de Penélope”: lo que se trabaja y construye durante el día, se destruye por la noche, ya que los valores, mensajes y actitudes que se trabajan en la familia y en la escuela son contradictorios y se oponen entre sí”. Ello se debe a que, si en el centro educativo se intenta educar en algún valor determinado, pero, por el contrario, en casa, la familia del alumno/a va en contra de dicho valor, este/a se dejará influenciar por la educación que se le da en casa y anulará la labor del docente en el ámbito escolar.
Por ello, resulta necesario que la escuela y la familia lleguen a un acuerdo para ir en la misma dirección en lo concerniente a la educación del niño/a. De esta manera, se deberán encontrar y desarrollar nuevas maneras de colaboración entre ambas, de modo que las actuaciones conjuntas sean reforzadas, se creen sinergias y haya un apoyo mutuo. Cada vez es más difícil educar para lograr una convivencia positiva en una sociedad violenta y competitiva como es la nuestra. El alumnado encuentra continuamente malos ejemplos de convivencia procedentes de diversas fuentes, entre ellas, la televisión.
No obstante, frente a dichos ejemplos de mala convivencia, es crucial que las familias y los centros educativos adquieran el compromiso de trabajar coordinadamente y en la misma dirección por el fin común de educar a los niños/as en la paz, la tolerancia, el diálogo, la calidad de las relaciones interpersonales y la supresión de cualquier tipo de violencia. Solo de esa manera lograremos formar alumnos que sean ciudadanos dignos de vivir en la civilización a la que pertenecen.
Por último, y con respecto a la comunidad educativa, cabe tener en consideración los recursos imprescindibles de los que hacer uso para establecer un proceso dialógico entre los centros y el entorno inmediato a estos, teniendo presente que el desarrollo biopsicosocial de los estudiantes se da en función de un entorno en particular, por lo cual este debe ser lo más favorable posible para lograr el máximo desarrollo del alumnado.
Conclusiones
Ante el surgimiento cada vez más frecuente de las situaciones disruptivas en el ámbito escolar debido a una serie de factores como los nuevos roles sociales del docente y el/la alumno/a, el cuestionamiento de algunos valores considerados inamovibles y la aparición de otros, la situación social o las exigencias de un mundo en constante proceso de cambio. Todo ello hace necesaria una buena preparación del profesorado que, con experiencia y formación, puede llegar a afrontar y gestionar con eficacia cualquier situación que se le plantee.
En cuanto al centro, es preciso tener en cuenta todas las medidas necesarias para alcanzar el máximo desarrollo afectivo y social de los estudiantes. Por lo tanto, la organización del equipo directivo y docente, y el desarrollo de un currículo flexible y globalizado pueden apoyar a este proceso de inserción académica por parte de los estudiantes.
Con respecto al profesorado, dotar a este de las habilidades o herramientas necesarias que contribuyan a la creación de un perfil apto que permita actuar de manera eficaz ante estas conductas en cuestión. Cabe tener presente sus competencias docentes y las funciones asociadas a su labor, con la finalidad de asesorar, apoyar, dotar de recursos y orientar en acciones para la mejora de su actuación. Este apoyo debe ser asumido desde todo el equipo docente de manera proactiva y coordinada.
En lo concerniente al aula, se han de aportar los recursos didácticos, normas de clase y espacios necesarios para conseguir un buen clima de aula en el que reine la cooperación y la colaboración entre alumnado y profesorado, modificando, para ello, toda estrategia metodológica y organizativa que no resulte eficaz en la gestión del aula por parte del profesorado.
Por ello, como docentes, debemos adquirir la formación necesaria que nos permita disponer de las herramientas oportunas para saber gestionar las conductas disruptivas. Así, lograremos que estas no condicionen y, mucho menos, perjudiquen un óptimo proceso de enseñanza-aprendizaje para los/as que realmente quieren aprender. Esta formación se puede ofrecer en el sentido de orientar acerca de cómo prevenir, detectar e intervenir en casos de conflicto de manera eficaz, utilizando recursos y estrategias en las que prevalezcan los principios de respeto, convivencia y mejora del clima de aula.
En definitiva, los docentes deben recibir las ayudas necesarias que los hagan ser competentes en la detección, lucha y solución de las conductas disruptivas tanto a nivel de centro como de aula y, así, contribuir a explotar al máximo las capacidades del alumnado y lograr que este se desarrolle tanto como sea posible en todos los ámbitos de la vida, formando estudiantes y ciudadanos de la sociedad en la que conviven (Uruñuela, 2016).
REFERENCIAS