En este artículo se pretende mostrar la importancia de la educación emocional en el desarrollo personal y social del individuo durante la etapa de Educación Primaria. Para ello, nos basaremos en diferentes teorías y propuestas que exponen distintos autores pertenecientes a esta rama.
Más en concreto, este trabajo se focalizará en la identificación emocional, es decir, la capacidad de reconocer las emociones propias y ajenas en diferentes circunstancias o situaciones de nuestra vida cotidiana. Para favorecer el desarrollo de esta capacidad, y con el fin de contribuir al desarrollo integral del niño, se presentarán diferentes actividades que se podrán llevar a cabo en las aulas de primer curso de Educación Primaria.
Palabras clave
Educación emocional, Educación Primaria, identificación emocional, emociones, desarrollo integral.
In this article tries to show the importance of emotional education in the personal and social development of the individual during the stage of Primary Education. To do this, we will base on different theories and proposals put forward by different authors belonging to this branch.
More specifically, this work will focus on emotional identification, that is, the ability to recognize one's own and other's emotions in different circumstances or situations of our daily life. To promote the development of this ability, and in order to contribute to the integral development of the child, we will present different activities that can be carried out in the classrooms of the first year of Primary Education.
Keywords
Emotional education, Primary Education, emotional identification, emotions, integral development.
1. Introducción
Las emociones forman parte de nuestro desarrollo personal y social, por lo que resulta necesario comenzar a trabajarlas desde una edad temprana, ya que es cuando los infantes presentan una mayor plasticidad cerebral y, por consiguiente, los aprendizajes y las experiencias que se producen en esta etapa tienen una mayor relevancia.
Asimismo, el desarrollo progresivo de la competencia cognitiva en la infancia posibilita que las emociones se conviertan en agentes que favorecen la atención, la capacidad reflexiva y el empleo del pensamiento racional, lógico y creativo. De este modo, se advierte que una adecuada gestión de las emociones puede repercutir de manera muy positiva en el rendimiento académico de los niños (Recio, 2013). Así como influir en la ampliación de la agudeza de la percepción y la intuición; en el sostenimiento de la concentración, debido a que aparecen menos agentes distractores a nivel afectivo; en la flexibilidad mental, la motivación, curiosidad, creatividad e interés por aprender; y en la capacidad de regulación y exteriorización de los estados emocionales, entre otros aspectos (Miniland Educational, 2018).
En este sentido, saber manejar las propias emociones ayuda a conocerse mejor a sí mismo y a los demás; favorece la autoestima, la automotivación, y la confianza y seguridad en uno mismo; potencia la percepción de control en determinadas circunstancias; y permite desarrollar la habilidad social, lo cual puede llegar a evitar posibles problemáticas que se originen en el ámbito escolar, familiar o social, como pueden ser la disminución del rendimiento académico, el mal comportamiento e incluso la violencia verbal o física.
Por tanto, Greenberg (2000) destaca que, si se pretende que los infantes adquieran las habilidades mencionadas, correspondientes a la inteligencia emocional, se considerará necesario que, tanto en las escuelas como en los hogares, se comience a trabajar la educación emocional desde los primeros años de vida, creando un entorno emocional que facilite el desarrollo afectivo-social de las personas.
Este trabajo se basa en las propuestas de diversos autores, cuyas nociones e ideas se desarrollarán a continuación. Para comenzar, cabe señalar que las emociones son reacciones a situaciones externas o informaciones internas que todas las personas experimentamos en diferentes circunstancias de nuestra vida y que forman parte de nuestro desarrollo personal y social, ya que nos ayudan a interpretar y analizar el mundo que nos rodea. Por ello, se contempla que las emociones son fenómenos multidimensionales, en los que interactúan cuatro factores: el cognitivo, referido a la detección y designación de lo que sentimos; el fisiológico, asociado a los cambios biológicos que experimentamos; el conductual, vinculado al proceso de conocer y controlar hacia dónde dirige cada emoción nuestra conducta; y el expresivo, que atañe a los gestos faciales y corporales que mostramos con cada emoción (Ibarrola, 2011).
Para Greenberg (2000), las emociones funcionan como una señal para nosotros y también para los demás, al mismo tiempo que nos preparan para la acción. Además, vigilan el estado de nuestras relaciones, evalúan si las cosas nos van bien o no y nos organizan para responder con más rapidez a determinadas situaciones. Esta autora categoriza las que considera las seis emociones básicas –alegría, tristeza, enfado, miedo, sorpresa y asco– en emociones primarias saludables, emociones primarias no saludables, emociones secundarias o reactivas y emociones instrumentales; aunque todas ellas pueden actuar como primaria, secundaria o instrumental según la circunstancia que se presente. Así, las emociones primarias saludables son respuestas innatas a la acción, que pueden asociarse con la adaptación y la supervivencia. Las emociones primarias no saludables son las mismas que las anteriores, pero en este caso se manifiestan cuando las circunstancias que las originaron han cesado y, por tanto, aparecen como respuesta a una situación interna o externa. Las emociones secundarias o reactivas son reacciones secundarias a emociones o pensamientos primarios. Y las emociones instrumentales son aquellas expresiones que se utilizan para lograr un objetivo; y, por lo general, exigen una gran cantidad de inteligencia emocional y un contexto altamente empático (Bormans, 2017).
Asimismo, todas las emociones poseen una o varias funciones que le otorgan algún beneficio o utilidad. Desde la perspectiva de Reeve (1995), las emociones tienen tres funciones esenciales. Por un lado, están las funciones adaptativas, las cuales preparan al organismo para ejecutar de forma eficiente la conducta demandada por las condiciones ambientales, activando la energía necesaria para ello y conduciendo así la conducta hacia una finalidad determinada. Por otro lado, están las funciones sociales, que hacen referencia a la expresión de las emociones, lo cual permite a las personas predecir el comportamiento vinculado con estas; recibiendo, de esta manera, una gran relevancia en el proceso de desarrollo de las relaciones interpersonales. Por último, se encuentran las funciones motivacionales, las cuales aluden a la íntima relación que hay entre la emoción y la motivación, puesto que se trata de una experiencia presente en cualquier tipo de práctica que tenga las dos principales cualidades de la conducta motivada, que son la dirección y la intensidad. No obstante, no solo en toda conducta motivada se producen respuestas emocionales, sino que, además, una emoción puede establecer la exteriorización de la propia conducta motivada (Chóliz, 2005).
De este modo, y teniendo en cuenta el papel que juegan las emociones en nuestra vida diaria, se consideraría necesaria la educación emocional desde la infancia, puesto que esta responde a necesidades sociales que no son contempladas en las demás materias académicas. El objetivo principal de esta rama es el desarrollo de competencias emocionales, como son la adquisición de un mayor conocimiento de las emociones propias y ajenas, la autorregulación de las propias emociones, la construcción de la automotivación y la consecución de habilidades interpersonales para alcanzar el bienestar pleno en el ámbito social y también en el personal (Bisquerra, 2003).
Adentrándonos en la inteligencia emocional, conviene destacar que esta no es considerada como una cualidad innata, sino que se puede adquirir a lo largo de la vida; y corresponde al conjunto de destrezas que le permiten al individuo relacionarse de forma óptima consigo mismo y con los demás, manejando de manera asertiva sus emociones (Linares, 2020). Siguiendo esta línea, Saarni (1999) añade que ser inteligente emocionalmente conlleva poseer una serie de competencias emocionales que se relacionan con la capacidad que muestra el sujeto al expresar las emociones que experimenta de forma íntima e individual en entornos sociales.
El eje básico de la inteligencia emocional es la conciencia emocional, ya que actúa como principio de otras habilidades, como son el autocontrol, la empatía, la regulación de los estados emocionales o la automotivación. Esta aptitud, además, comprende la identificación de las emociones y los efectos que provocan en nosotros mismos y en los demás, tanto a nivel físico, como conductual y mental. Así pues, las personas que poseen esta competencia son capaces de conocer las sensaciones que están sintiendo en cada momento, las causas que las originaron y el modo en que estas influyen sobre las decisiones que toman. De tal manera que, si nos falta, nos veremos inmersos en un estado de vulnerabilidad en el que podemos llegar a cometer errores, de mayor o menor gravedad (Vivas, Gallego y González, 2006).
Por su parte, y para finalizar, cabe indicar que Bisquerra (2003) contempla diferentes aspectos que se pueden distinguir dentro de la identificación emocional, como el reconocimiento de las propias emociones, conectado con la capacidad de percibirlas, identificarlas y etiquetarlas; la asignación del nombre a las emociones, empleando el vocabulario emocional adecuado; la identificación y comprensión de los sentimientos y emociones de los demás; y la toma de conciencia de la interacción entre emoción, cognición y comportamiento, que hace referencia a la influencia de los estados emocionales en el comportamiento y en la emoción, los cuales se pueden controlar y gestionar por la cognición, es decir, por el razonamiento y la conciencia.
De acuerdo con Linares (2020), el primer paso para desarrollar la inteligencia emocional es aprender a reconocer nuestras emociones para poder entender su origen y lograr controlarlas. Para trabajar la identificación de las emociones propias y ajenas en un aula de primer curso de Educación Primaria, resulta primordial que se lleve a cabo una metodología activa, basada en la participación y colaboración de cada alumno, en la cooperación interpersonal y en una comunicación asertiva donde se fomente el respeto hacia uno mismo y hacia los demás.
Así pues, con el fin de favorecer el desarrollo de esta capacidad, se pueden proponer en el aula rutinas y actividades manuales, escritas, orales, informáticas, dramáticas, visuales o lúdicas. Más en concreto, se pueden destacar las siguientes:
Figura 1. Ficha de identificación emocional.
Figura 2. Actividad de conciencia emocional.
Figura 3. El dado de las emociones.
Para la realización de estas actividades, se necesitarán una serie de recursos humanos, materiales y espaciales. En primer lugar, los recursos humanos hacen referencia a todas las personas que intervienen en la ejecución de las tareas propuestas; las cuales, en este caso, serían los alumnos y el profesorado.
En segundo lugar, los recursos materiales son todos aquellos elementos tangibles e intangibles necesarios para poder llevar a cabo las actividades de la mejor manera posible. En cuanto a los bienes tangibles, estos corresponden a los elementos que se pueden tocar o sentir, y entre ellos se encuentran las fichas didácticas para la identificación de las emociones propias y ajenas; la plantilla para la actividad manual de conciencia emocional, así como los materiales para poder efectuarlas –lápiz, goma, tijeras, pegamento y colores o rotuladores–; el dado de las emociones; y los ordenadores, los altavoces y el proyector con su respectiva pantalla para la visualización de los cortometrajes y la realización de los Kahoots. Mientras que, en referencia a los bienes intangibles, estos conciernen a los elementos que no se pueden tocar ni sentir, como el acceso a Internet, la plataforma digital Youtube, los cortometrajes para trabajar las emociones, y los Kahoots para el análisis y la reflexión de dichas emociones.
Por último, los recursos espaciales o ambientales atañen al lugar donde se desarrollan las actividades planteadas. En este sentido, sería el aula de primer curso de Educación Primaria y el aula de Informática del centro educativo.
Conclusiones
A partir de todo lo expuesto, podemos concluir que, como se ha mencionado en el inicio, las emociones forman parte de nuestro desarrollo, por lo que resulta necesario comenzar a manejarlas desde una edad temprana, puesto que es cuando los niños presentan una mayor plasticidad cerebral y, en consecuencia, los aprendizajes y las experiencias que se producen en esta etapa son particularmente significativos. En este sentido, trabajar la educación emocional desde la infancia favorecería la identificación y gestión de las propias emociones, el desarrollo de la autoestima y el autoconcepto, la ampliación de la percepción de control en determinadas circunstancias, la adquisición de una mayor seguridad y confianza en uno mismo y también en los demás, y el desarrollo de las habilidades sociales.
Para facilitar la adquisición de estas capacidades, es imprescindible que, en la etapa de Educación Primaria, se ofrezca a los alumnos la oportunidad de aprender a expresar sus propias emociones. En este proceso, se observarán diferencias individuales, las cuales pueden tener dos orígenes: la herencia y el medio. La interacción entre ambos factores es lo que configura las vivencias emocionales que experimentan los individuos de forma personal y subjetiva. Así, la herencia hace alusión al proceso por el cual se transfiere la información genética, generando unos esquemas de comportamiento emocional que quedan reflejados en lo que denominamos personalidad; mientras que el medio hace referencia a todo aquello que nos rodea y ejerce influencia en nuestra vida, convirtiéndose en un elemento muy significativo, fundamentalmente en los primeros años de vida (Ibarrola, 2011).
Por todo ello, y para finalizar, resulta conveniente destacar que, con la intención de contribuir al desarrollo integral del niño, sería beneficioso continuar con la realización de tareas relativas a la educación emocional durante todo el curso académico. Así, se podría plantear la posibilidad de organizar e incluir rutinas de reconocimiento de las propias emociones en diferentes momentos del día, con el propósito de introducir gradualmente nuevas emociones –como la ilusión, la impaciencia, el entusiasmo, la rabia o la satisfacción–, que faciliten la concreción a la hora de identificar y expresar las emociones propias y ajenas.
Referencias
Libros:
Revistas:
Trabajos académicos:
Blogs: