La finalidad del siguiente trabajo consiste, en primer lugar, en identificar y resumir las características generales de los alumnos que cuenten con trastorno grave de conducta en los centros educativos. Y en segundo lugar, proponer algunos estilos y respuestas educativas para actuar con los alumnos con el citado trastorno, siempre en el marco de un sistema educativo inclusivo.  

Palabras clave

Estudio, alumno, trastorno y conducta.


The purpose of the following work consists, first of all, in identifying and summarizing the general characteristics of students with severe conduct disorder in educational centers. And, secondly, to propose some educational styles and responses to act with students with the aforementioned disorder, always within the framework of an inclusive educational system. The purpose of the following work consists, first of all, in identifying and summarizing the general characteristics of students with severe conduct disorder in educational centers. And, secondly, to propose some educational styles and responses to act with students with the mentioned disorder, always within the framework of an inclusive educational system.

Keywords

Study, student, disorder and conduct.


1. Introducción

El trastorno de conducta es una alteración del comportamiento, que suele ser diagnosticada durante la infancia. Se caracteriza por un comportamiento antisocial que viola los derechos de las otras personas, las normas y las reglas adecuadas para la edad. De manera general, hablamos de niños y adolescentes con irresponsabilidad, comportamiento transgresor, agresión física a los otros, entre los más destacados.  

2. Marco Conceptual

En primer lugar, este trabajo toma como referencia la Teoría del Aprendizaje, porque nos indica que los trastornos graves de conducta y la conducta agresiva no son una condición innata del ser humano, sino que son resultado de la observación y la imitación de un modelo (David Ausubel, 1983). De esta manera, podemos entender el comportamiento agresivo que un niño puede adoptar a la hora de resolver un conflicto basándonos en su experiencia personal.

Según los datos de la Fundación Adana, el trastorno grave de conducta se puede diferenciar en dos tipos:

  • El trastorno negativista desafiante, que responde a una forma moderadamente grave del comportamiento y que se produce durante la infancia o en el principio de la adolescencia. En resumen, se puede definir como una conducta negativista, desafiante, desobediente y hostil, dirigido a las figuras de autoridad.
  • El trastorno disocial o de la conducta se define por un patrón de comportamiento persistente y repetitivo, donde se violan los derechos básicos de los otros o importantes normas sociales, incluyendo los comportamientos agresivos que causan daño físico, amenazas, etcétera.

3. Cómo prevenir trastornos graves de conducta

La incidencia de trastornos del comportamiento y de las conductas agresivas se pueden reducir, por lo tanto, las medidas de prevención resultan clave, tal y como afirman la mayoría de autores. Para prevenir los trastornos graves de conducta es importante conocer los factores de riesgo en el centro educativo: comportamientos excesivamente tímidos o agresivos en la clase, fracaso escolar, incapacidad de gestionar situaciones difíciles, consumo de tabaco o alcohol, entre muchos otros factores.

También, para prevenir estas conductas hemos de estar atentos a las primeras reacciones agresivas del menor e impedir que estas tengan éxito. Por lo tanto, de esta manera podemos conseguir que el niño/a no reproduzca estas conductas en el futuro. Es muy importante que el alumno conozca qué consecuencias tiene su conducta, tanto de manera inmediata como a largo plazo.

Como docentes tenemos cada día una oportunidad única para poder inculcar a los menores aquellos valores que consideramos positivos como, por ejemplo, el respeto a los demás, la tolerancia, la cooperación, entre los más destacados. En definitiva, se trata de educar para que ellos como alumnos puedan generar una opinión propia y un saber hacer apropiado en la sociedad que vivimos.

4. Tipos de conflictos

El conflicto es inevitable y forma parte de la convivencia humana. Por lo tanto, dentro del marco de la escuela también hay conflictos. En esta línea, existen diferentes clasificaciones de conflictos según la concepción que se tiene de ellos. La siguiente clasificación sigue el estudio de Cullell Carreras y Besalú Costa (Cullell Carreras, A. & Besalú Costa, X, 2012).

  • Los conflictos leves, son el conjunto de conductas contrarias a las normas de convivencia del centro. Se trata, la mayoría de veces, de situaciones de conflicto interpersonal que, con la formación y herramientas adecuadas, los niños y niñas pueden solucionar por ellos mismos.
  • Los conflictos graves, son aquellas situaciones de violencia verbal o física que perjudican notablemente la convivencia en el centro, porque generan sentimientos de indefensión, inseguridad y angustia en los miembros de la comunidad educativa.

5. Cómo podemos corregir trastornos graves de conducta

El tratamiento del trastorno de la conducta requiere un entrenamiento de los docentes en técnicas de modificación del comportamiento de los alumnos, para intentar fomentar los comportamientos positivos e ignorar, cuando se pueda, algunos comportamientos negativos.

Como docentes debemos establecer unos límites claros que no se puedan negociar, así como otras normas menos importantes sobre las cuales sí se pueden negociar. Es importante también conocer las situaciones de riesgo que pueden desencadenar explosiones desproporcionadas de agresividad en el alumno e intentar evitarlas todo lo que sea posible. Es especialmente clave priorizar nuestras exigencias con los niños y adolescentes.

También hay que tener en cuenta que hay situaciones que no son importantes ni peligrosas, pero por ello no son menos importantes, sobre las cuales se pueden negociar soluciones mutuamente. Estos tipos de enfrentamientos suelen ser eficaces porque reduce mucho la explosividad del alumno y las situaciones de violencia en el aula. Del mismo modo, ante una situación agresiva no podemos responder con otra conducta agresiva. Como docentes tenemos que intentar ser un referente para el menor, sobre todo en situaciones donde el alumno necesita herramientas de autocontrol.

Teniendo presente esto, ante una situación de agresividad o desafiante, nos puede ser útil tener en cuenta las siguientes pautas:

  • Dar tiempo al menor para que rebaje su estado de nerviosismo, esperando a que se calme y se tranquilice.
  • No buscar el enfrentamiento ni caer en una batalla dialéctica con el menor.
  • En el momento que esté receptivo, pedirle que nos explique qué ha sucedido.
  • Analizar con él qué hecho o hechos han estado los detonantes de su estallido de ira.
  • Enumerar juntos las posibles consecuencias de su comportamiento.
  • Ayudarlo a entender cómo se ha podido sentir la otra persona, trabajando la empatía.
  • Buscar conjuntamente posibles respuestas (no agresivas) para resolver el conflicto.

6. Estrategias y estilos de respuesta

Ante este tipo de trastornos es muy útil conocer diferentes estrategias para afrontarlos y resolverlos. De esta manera, mediante las siguientes fases que nos presentan autores como Rodríguez-Mateo, Luján Henríquez y Mesa Suárez, nos ayudaran a llevar a cabo la respuesta más favorable en una situación de ira o agresividad por parte del alumno (Rodríguez-Mateo, H., Henríquez, I. L., & Suárez, J. L. M., 2012).

1ª fase: Orientación positiva ante el problema. Como referente en el aula hemos de tener en cuenta que un punto de vista diferente al nuestro, forma parte de nuestra existencia como seres humanos. Cuando este se convierte en conflicto, hemos de entender que esto forma parte de nuestra realidad y que es una situación normal e inevitable.

2ª fase: Definición del problema. Tan importante es la identificación como la delimitación y formulación del conflicto que se está produciendo. Por lo tanto, hemos de buscar los hechos más relevantes del conflicto para describirlos de la manera más sencilla posible.

3ª fase: Valoración de alternativas y toma de decisiones. Buscar el máximo de soluciones alternativas y así aportar el mayor nombre de opciones tanto de cantidad como de variedad.

4ª fase: Aplicación de la toma de decisión. Poner en práctica la respuesta aplicada, previendo los pasos, así como los mecanismos de control que utilizaremos para valorar su eficacia.

5ª fase: Valoración de los resultados.

En la resolución de conflictos, desgraciadamente, no siempre la solución obtenida es la más óptima. En base a esto, podemos encontrarnos diferentes estilos que nos permiten valorar desde un primer momento la eficacia de la respuesta educativa.

  • Estilo de huida, cuando detectamos una negación del conflicto o, incluso, esperar a que el conflicto desaparezca solo.
  • Estilo de acomodación, que no genera soluciones creativas y prácticamente nunca, el afectado, queda satisfecho con la solución llevada a cabo.
  • Estilo competitivo, algunas personas ante un conflicto, optan por culpabilizar a la otra persona como si estos tuvieran toda la culpa del conflicto. Este estilo se convierte en una “batalla” donde la persona o grupo quiere ganar a toda costa.
  • Estilo tolerante, cuando se intenta encontrar un acuerdo o término medio al conflicto, con tal de elaborar pacto, podemos caer en una solución efímera. No se consigue una solución completa al conflicto, sino enfriarlo.
  • Estilo integral, ante un conflicto aquellas personas que pueden controlar su coraje, su competitividad y sus emociones, están más predispuestas a encontrar soluciones creativas e innovadoras. Este estilo es el más recomendable.

Estos estilos de respuesta al trastorno de conducta los podemos encontrar en el estudio de Cullell Carreras y Besalú Costa en sus pautas y actividades para gestionar el conflicto positivamente (Cullell Carreras, A. & Besalú Costa, X., 2012).

7. La disciplina y estilos educativos

Ayudar al menor a comportarse es una parte esencial de un buen desarrollo. Por esta razón, la disciplina ocupa un papel muy relevante en la educación. En la mayoría de casos, los menores quieren complacer a sus educadores, por lo tanto, hemos de ser inteligentes e integrar este deseo en nuestras actividades disciplinarias.

Cuando manifestamos nuestra satisfacción y aprobación ante un comportamiento determinado del menor, eso reforzará de manera positiva su buen comportamiento. Pero, en cambio, si solo nos fijamos en las cosas que el menor hace mal, lo único que conseguiremos es que no encuentre amor y la buena intención de nuestra recriminación y, como consecuencia, perderemos nuestra autoridad.

La creación de un ambiente positivo permitirá generar un clima de confianza con el menor, además de ayudarnos a establecer un vínculo emocional necesario para que el alumno tenga la confianza suficiente como para respetar las normas que se establecen. Autores como Edmonson y Turnbull nos proponen algunas medidas que nos ayudaran a crear un ambiente positivo (Edmonson, H. & Turnbull, A. P., 2004):

  • Pasar tiempo libre con los menores.
  • Compartir actividades y juegos importantes para ellos.
  • Escuchar y contestarles como a iguales, no como educadores.
  • Felicitarlos por sus esfuerzos.
  • Ser amables con ellos, mostrarnos cercanos, entre otros.

Como hemos apuntado hay muchas maneras de educar a nuestros menores. A pesar de ello, podemos resumirlas en tres estilos educativos que, como educadores, definen nuestra manera de actuar:

  • El estilo autoritario se caracteriza por una actitud desconsiderada hacia el alumno por parte del docente. Además, el educador autoritario acostumbra a mostrar muy poco afecto y a aplicar un alto grado de control a cualquier conducta.
  • En el estilo permisivo se evita el uso del control, se castiga poco y se muestra una excesiva concesión a las demandas de los menores.
  • El estilo democrático puede llamarse también estilo negociador, ya que no impone, pero tampoco deja hacer. Este estilo permite responder a las demandas y a las preguntas de los menores y mostrar atención e interés.

Cabe destacar que estos estilos han sido estudiados y definidos por Cerezo, Casanova, Manuel y de la Villa Carpio, detectando una relación directa entre estilo educativo y unas consecuencias determinadas (Cerezo, M. T., Casanova, P.F., Manuel, J. & de la Villa Carpio, M., 2015).

En este punto, hablaremos de las consecuencias educativas que cada estilo tiene en el menor.

El estilo autoritario puede generar en el menor un sentimiento de culpabilidad ante la imposibilidad de no cumplir los deseos de sus educadores. Por lo tanto, se favorece la aparición de conductas agresivas en el menor, porque estos actúan generalmente por imitación.

En el estilo permisivo, el menor no tiene referentes y, por lo tanto, no dispone de un código de comportamiento, cosa que hace que no sepa a que ha de atenerse. Además, presenta dificultades para controlar sus impulsos (autocontrol).

En el estilo democrático, el menor aprende que todos pueden cometer errores y que estos se pueden solucionar. Los educadores muestran una conducta natural y manifiestan que, como cualquier ser humano, también se equivoca, cosa que ayuda a desarrollar en el menor el sentido de responsabilidad.

Conclusiones

Este trabajo contribuye a resolver muchos interrogantes sobre el trastorno grave de conducta, pero sobre todo, qué tipos de respuesta podemos llevar a cabo como docentes en los centros educativos.

Para los niños es tan perjudicial imponerles un exceso de normas como no que no dispongan de ninguna. Si imponemos muchas, el menor acabará transgrediéndolas y aprenderá que no respetar una norma no tiene ninguna consecuencia. Por consiguiente, los estilos educativos juegan un papel protagonista a la hora de definirnos como docentes y nuestra manera de educar.

Un elemento que no podemos obviar en los centros educativos es el bienestar emocional del alumno. Trabajar en salud emocional y autoestima resulta crucial para crear un ambiente que ayude a resolver las dificultades a las que se enfrentan los menores. En este sentido, solo así conseguiremos que el alumno supere cualquier objetivo que se proponga y sentirá satisfacción de haberlo conseguido.  

Referencias

Bibliografía

  • Ausubel, D. (1983). Teoría del aprendizaje significativo. Fascículos de CEIF1(1-10).
  • Cerezo, M. T., Casanova, P. F., Manuel, J., & de la Villa Carpio, M. (2015). Estilos educativos paternos y estrategias de aprendizaje en alumnos de Educación Secundaria. European Journal of Education and Psychology4(1).
  • Cullell Carreras, A. & Besalú Costa, X. (2012). El Conflicte a l'educació infantil: pautes i activitats per gestionar el conflicte positivament.
  • Edmonson, H., & Turnbull, A. P. (2004). Apoyo conductual positivo: cómo crear ambientes creativos de asistencia en casa, en la escuela, en la comunidad. Revista Síndrome de Down: Revista española de investigación e información sobre el Síndrome de Down, (80), 3-15.
  • Marín Coll, M. (2018). Trastorno grave de conducta. Una propuesta de intervención.
  • Rodríguez-Mateo, H., Henríquez, I. L., & Suárez, J. L. M. (2012). La detección de trastornos graves de conducta en el ámbito escolar a través del CIPEC. International Journal of Developmental and Educational Psychology2(1), 381-388.

Webgrafía

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
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