Una herramienta para prevenir el fracaso escolar en la Educación Secundaria »
21/10/2020 por Sheyla Lago González

La educación emocional

 

El siguiente artículo parte de un problema imperativo en la sociedad española: el fracaso escolar. Este es abordado desde la perspectiva de la educación emocional, entendiendo que esta es una posible solución a la cuestión, ya que contempla el desarrollo del autoconocimiento, autorregulación,  motivación, empatía y habilidades sociales de los individuos, siendo todas estas cuestiones que, según la literatura existente, si no se fortalecen, contribuyen en gran medida con la deserción escolar.

Para ello, se desarrollan los sustentos teóricos de cada uno de los componentes mencionados, proponiendo finalmente diversos argumentos, que avalan la importancia de la educación emocional como factor para prevenir y erradicar el fracaso escolar, finalizando con una serie de propuestas que podrían llevarse a cabo, desde el Departamento de Orientación.

Se determina que llevar a cabo propuestas de este estilo disminuiría el problema y contribuiría con la formación de una sociedad española más consciente de sus emociones.

Palabras clave

Fracaso escolar, inteligencia emocional, educación emocional, rendimiento escolar, motivación.


The following article starts from an imperative problem in Spanish society: school failure. It’s approached from the perspective of emotional education, understanding that this is a possible solution to the issue, since it contemplates the development of self-knowledge, self-regulation, motivation, empathy and social skills of individuals, being all these issues that, according to the existing literature, if not strengthened, contribute to a great extent to school dropout.

To this end, the theoretical underpinnings of each of the components mentioned are developed, finally proposing various arguments, which support the importance of emotional education as a factor in preventing and eradicating school failure, ending with a series of proposals that could be carried out, from the Orientation Department.

It’s determined that carrying out proposals of this style would diminish the problem and contributes to the formation of a Spanish society more aware of its emotions.

Keywords

School failure, emotional intelligence, emotional education, school performance, motivation.


Introducción

En los últimos años, la preocupación por introducir nuevos principios en las aulas, que apelen por el desarrollo integral de los estudiantes, no solo en lo académico, sino también en lo personal, ha crecido considerablemente. En gran parte, esto se debe a que en España, el enfoque de formación competencial es cada día más importante, pues en el mundo actual, marcado por el valor de la información, no vale solo con poseer conocimientos, sino también con saberlos aplicar en múltiples situaciones, incluyendo en ellas las cotidianas.

Sumado a esto, la concepción del estudiante, desde los inicios de la educación hasta ahora, ha cambiado considerablemente. Hoy por hoy, es necesario verlos y entenderlos como seres humanos, con todo lo que esto trae consigo, más allá de como entes que necesitan ser formados. Esta realidad, donde los alumnos ya no son tabulas rasas, sino individuos cargados de historias de situaciones, importa lo que se enseña, pero, sobre todo, que ellos se sientan a gusto en las aulas de clase y encuentren bienestar en ella.

Entonces, en los contextos educativos modernos, los docentes deben asegurar una educación de calidad y para la vida fuera del aula de clase, considerando dentro de los procesos de enseñanza-aprendizaje las circunstancias de múltiples índoles que rodean a los estudiantes y que afectan de manera significativa su desenvolvimiento, sobre todo en la adolescencia, pues estas tienen incidencia directa en su rendimiento escolar.

Es necesario destacar que, actualmente, el rendimiento escolar no se asocia con las capacidades intelectuales del alumnado para obtener altas calificaciones, sino también con su equilibrio personal, habilidades socializadoras y aspectos psicológicos, pues la suma de estos cuatro factores resulta clave para evitar la deserción educativa, un factor latente sobre todo en la Educación Secundaria, una etapa en la que las inseguridades propias de la edad, sumadas a las realidades particulares de cada alumno, pueden traer consecuencias a corto, mediano y largo plazo terribles.

En este sentido, se hace necesario que, en dicha etapa, incluso antes, la escuela brinde a los estudiantes una educación basada en el fortalecimiento de su inteligencia emocional, que los capacite para conocer y comprender sus propias emociones, así como para adquirir y desarrollar habilidades para gestionar las dificultades que puedan presentársele y que amenacen su integridad, a partir del autoconocimiento.

Tomando en cuenta lo anteriormente dicho, este artículo tiene como fin esbozar, de manera teórica, los sustentos de la educación emocional y sus implicaciones para prevenir el fracaso escolar en estudiantes de Educación Secundaria, así como para asegurar el bienestar personal, la interacción grupal y la felicidad académica de los estudiantes.

Para ello, se presenta una breve aproximación a las cifras de fracaso escolar en España, seguido por los sustentos de la inteligencia y educación emocional, para finalmente proponer la importancia de esta última para dar solución al problema planteado, a partir del esbozo de distintas acciones que podrían llevarse a cabo dentro del Departamento de Orientación.

1. Fracaso escolar: breve mirada a la realidad

El fracaso escolar es una realidad latente en las aulas españolas. Tal como lo recoge el informe "Educación para Todos", llevado a cabo por la UNESCO (2019), España se encuentra por debajo de la mayoría de los países de la Unión Europea, ocupando el puesto 26 de desarrollo educativo, lo cual trae consigo una falta de calidad en los procesos de enseñanza – aprendizaje, que repercute en absentismo, bajo rendimiento y fracaso escolar.

Sumado a esto, tal como lo presenta Indicadores Europa (2019), la tasa de abandono escolar en España para el año pasado era del 18%, teniendo mayor incidencia en la Educación Secundaria, lo cual supone un índice alto, que se vincula directamente con factores internos y externos de los colegios españoles: contextos conflictivos, poca vinculación familiar, formación permanente del docente débil o casi nula, crisis económica, etc. (Navarrete, 2007).

Esta serie de cuestiones han hecho que las expectativas de los adolescentes con respecto a la educación se vean distorsionadas y afectadas, puesto que no encuentran en ella una fuente de satisfacción y la infravaloran, al no contemplarla como un recurso importante para salir adelante (Antelm, Gil, Cacheiro y Pérez; 2018).

Todo esto hace que sea necesario tomar medidas urgentes para disminuir los efectos negativos que los fallos del sistema educativo español ha traído consigo, para poder así disminuir las tasas de fracaso escolar que el país arrastra actualmente.

En este panorama, la educación emocional surge como una posible respuesta ante el fracaso escolar que sufren los adolescentes españoles, pues tal como lo señala Camacho (2018), el perfil de estas personas se ve marcado por elementos que repercuten directamente en la gestión que los individuos hacen de sus sentimientos y la forma en la que se relacionan con los demás, tales como:

  • Poca motivación
  • Falta de sentido de la vida
  • Conductas disruptivas
  • Baja autoestima
  • Acoso escolar
  • Pérdida de valor hacia los estudios
  • Relaciones conflictivas con la familia
  • Consumo de sustancias ilícitas (alcohol, drogas)
  • Búsqueda constante de conflictos
  • Poca comunicación con el entorno familiar y los docentes

Las mismas, aunque no son las únicas, pues cabe acotar elementos propiamente económicos y espaciales, hallan su solución en el trabajo de la inteligencia emocional de los alumnos en situaciones de riesgo, ya que cada una de ellas se relaciona directamente con una falta de competencias para hacer frente a las dificultades de la vida y a las inestabilidades propias de la juventud, que debe ser trabajada, a partir de la educación sobre los propios sentimientos, su gestión y su relación con el resto del mundo.

2. Inteligencia emocional: qué y por qué

Son numerosas las definiciones que se han aportado para el término inteligencia emocional desde que este comenzó a coger fuerza, a finales del siglo XX, luego de que Gardner (1993 ed.) contemplara entre sus múltiples inteligencias una relacionada con la comprensión y gestión de emociones propias y ajenas.

En particular, las aproximaciones hechas por Salovey y Mayer (1990) resultan de gran importancia, pues, además de ser los primeros autores en denominarla inteligencia emocional, la definieron como “la capacidad para supervisar los sentimientos y las emociones de uno mismo y de los demás, de discriminar entre ellos y de usar esta información para la orientación de la acción y el pensamiento propio” (p.190), contemplando así tanto el autoconocimiento, como la autorregulación.

Dicha definición fue ampliada años más tarde, incluyendo la relación entre sentimientos y pensamientos como parte fundamental de la inteligencia emocional:

La inteligencia emocional relaciona la habilidad para percibir con precisión, valorar y expresar emociones, relaciona también la habilidad para acceder y/o generar sentimientos cuando facilitan el pensamiento, también la habilidad para entender emoción y conocimiento emocional y la habilidad para regular emociones que promuevan el crecimiento emocional e intelectual. (Mayer y Salovey, 1997, p. 9).

Sumado a esto, Goleman (1995) agrega que la inteligencia emocional es una meta-habilidad, cuyo uso determina el grado de destreza que puede conseguirse en el dominio del resto de facultades humanas, tales como el balance personal, el éxito de las relaciones con otros y el rendimiento en distintas áreas de aplicación, como los estudios, el hogar y el trabajo, para lo cual es imperativo contar con conciencia y autocontrol emocional, empatía, motivación y habilidades sociales, pues hacerlo supone ser consciente de uno mismo y, por ende, saber controlarse, así como comprender al otro y vivir en armonía.

En este mismo orden de ideas, Shapiro (1997) dispone que la inteligencia emocional es la suma de una serie de cualidades necesarias para el éxito, entre las que destacan la expresión y comprensión de emociones, la regulación del genio, el carácter independiente, la capacidad de adaptación, el nivel de simpatía, la resolución de conflictos, la amabilidad y la persistencia, las cuales permiten nutrirse de las experiencias propias y ajenas para un desempeño favorable en cualquier ámbito (Cooper y Sawarf, 1997), partiendo de una conducta dirigida (Simmons y Simmons, 1997).

A partir de estas concepciones, Martin y Boeck (2000) disponen cinco habilidades que demuestran que un individuo es competente emocionalmente:

  1. Reconocer las propias emociones, nombrarlas y definirlas, pues solo quien sabe qué siente, por qué y qué le produce eso puede comprenderse y moderarse
  2. Saber manejar las propias emociones, a partir de la autoconducción de sentimientos, así como a través de filtros, que moderen la forma en la que se perciben y demuestran las emociones
  3. Utilizar las habilidades ya existentes para fortalecer la gestión de emociones y hacer uso de recursos como la motivación, la perseverancia o la resolución de conflictos, en favor de una mejor vida, evitando frustraciones y fracasos, apostando siempre por sí mismo, desde la confianza
  4. Saber ponerse en el lugar de los demás, siendo siempre empático a la hora de escuchar y comprender los sentimientos del otro
  5. Establecer relaciones interpersonales sanas y exitosas, cultivando la empatía y el respeto con el otro, así como solucionando conflictos y entendiendo sus estados de ánimo

La suma de esta serie de factores permite delimitar que la inteligencia emocional es de suma importancia para los seres humanos, ya que su dominio permite mantener una sana relación con sí mismo, pero también con el resto, cuestiones que, en suma, suponen el fortalecimiento de la confianza y, en consecuencia, permiten sobrellevar de manera sencilla y eficaz todos los estratos de la vida, puesto que, tal como dispone Gallego (1999) contempla tanto habilidades emocionales, entre ellas:

  • Considerar distintas alternativas, y sus consecuencias, en la resolución de un conflicto o en la toma de decisiones, dividiendo cada una de ellas en fases
  • Reconocer las debilidades y fortalezas propias
  • Identificar, etiquetar y expresar los propios sentimientos, considerando siempre su intensidad, en favor de su control
  • Utilizar el componente afectivo para llevar una actitud positiva, pero realista, ante la vida
  • Plantear metas realistas, a partir del conocimiento de las propias posibilidades
  • Determinar qué componente  - racional o sentimental – impera a la hora de tomar una decisión
  • Controlar las respuestas que se tienen ante un sentimiento
  • Resistir influencias negativas

Como sociales, destacando cuestiones como:

  • Ser cooperativo y solidario
  • Asumir y negociar compromisos
  • Responsabilizarse por las decisiones y acciones propias
  • Saber comprender indicadores sociales
  • Respetar las diferencias individuales
  • Comprender los sentimientos de los demás
  • Utilizar lenguajes verbales y no verbales para expresar correctamente impresiones y sentimientos hacia el otro
  • Responder eficazmente a la crítica

3. Educación emocional: qué y para qué en el contexto escolar

La  escuela, más allá de brindar conocimientos en áreas de interés a los jóvenes, debe asegurar, en primera instancia, de formar en ellos habilidades y aptitudes, que les permitan estar preparados para la vida. En este sentido, los docentes deben asegurar que sus estudiantes, si bien es importante que tengan conocimientos en áreas como la matemática, la lengua, la química, entre otras, tengan competencias para gestionar quiénes son y cómo se relacionan con el mundo.

Es en este punto en el que recae el rol de la educación emocional, entendida como:

Un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende desarrollar el conocimiento sobre las propias emociones y las de los demás con objeto de capacitar al individuo para que adopte comportamientos que tengan presente los principios de prevención y desarrollo humano. (Bisquerra, 2002, p. 586)

Puede verse que esta es una herramienta que permite, a partir de los sustentos de la inteligencia  desarrollada en el apartado anterior, formar las habilidades emocionales y sociales propuestas por Gallego (1999), en favor de evitar y solucionar problemas propios del contexto educativo, los cuales van desde la ansiedad, hasta el fracaso escolar, que es el punto que interesa en este artículo.

Por ello, la educación emocional es una herramienta al servicio de las necesidades relacionadas con las emociones de los estudiantes que componen un  aula de clase. Su puesta en práctica, así como el aprendizaje de los sentimientos, debe ser gradual y continua, partiendo de lo simple a lo complejo y procurando siempre que el individuo en cuestión comprenda qué origina determinado sentimiento, enfrentándose a él y relacionándolo con situaciones ya ocurridas en su vida (Bisquerra, 2003).

Tal como lo dispone Goleman (1999), es necesario asegurar que los estudiantes utilicen sus experiencias vividas, observadas o imaginadas para formar sus competencias personales, pues partir de hechos en los que han experimentado emociones les permitirá construir un arsenal de sensaciones, indispensable para trabajar en la manera en la que se relacionan con sí mismos y con los demás, de tal manera que pondrán interpretar de mejor manera sucesos futuros y, por ende, conseguir resultados de mayor calidad (Dueñas, 2002), a partir del reconocimiento, comprensión y diferenciación de sentimientos.

En este sentido, Brockert y Braun (1997) disponen que la educación emocional debe basarse en el desarrollo de cinco elementos:

  1. Conciencia emocional, pues los jóvenes deben reconocerse a sí mismos como seres humanos valiosos, que experimentan emociones necesarias para la vida y cuya existencia está marcada por la interacción, en sí mismos o en otros, de distintos sentimientos, diferentes entre sí y con propósitos únicos

En este aspecto, también resulta relevante trabajar la imagen que cada individuo tiene de sí mismo, así como el aprecio que le tienen a dicho concepto, pues siguiendo lo dispuesto por Fierro (1991), esto tiene una alta influencia en el rendimiento que las personas tienen en sus ámbitos de aplicación, pues a mayor positividad en este sentido, mayores posibilidades de ver la vida de forma positiva, interactuar con el resto, tomar nuevos retos y responsabilidades, asumir contradicciones y participar de forma activa en distintos espacios sociales (Dueñas, 2002), pues actúan desde la seguridad y la autoconfianza, por lo que su crecimiento personal se eleva e impide, por ejemplo, que opiniones negativas o presiones externas impidan pasar momentos recordables.

  1. Autocontrol, ya que es necesario que dichas emociones, una vez reconocidas, sean comprendidas y controladas, para así evitar los extremos y poder afrontar cada uno de los sentimientos en distintas situaciones siempre con tranquilidad, así como sobrellevar aquellos que sean negativos desde la gestión adecuada

Llevar a cabo dichas acciones supone una capacidad básica, pues recae sobre la racionalidad y el sentido común, de tal manera que lograr este nivel de desarrollo supone vincular mente y corazón (Gallego, 1999), cuestión que trae consigo una planificación del comportamiento, un dominio de la impulsividad, un equilibrio pleno de su cuerpo y, sobre todo, independencia total sobre aquello que puede ejercer presión en él (Dueñas, 2002).

Esto no indica que cuestiones como la frustración, el miedo o el desánimo pierdan validez ante la consolidación de la gestión del propio ser, sino que estas son afrontadas de mejor manera y siempre viéndolas como un aprendizaje (Bisquerra, 2003), como una experiencia que fortalece el yo y amplía las  habilidades emocionales de la persona.

  1. Motivación, puesto que esto les permitirá ser constante, perseverante y resistente ante cualquier situación en la vida, pero sobre todo a la hora de trabajar en sí mismos y en sus relaciones con el resto, pues este es el punto de partida para tener éxito en cualquier otro proyecto

La motivación es, probablemente, una de las cuestiones que más se debe potenciar en los adolescentes, ya que es la pieza clave para conseguir los otros cuatro elementos y, por ende, un rendimiento escolar exitoso (Fierro, 1991), que traiga consigo competencias para la vida eficaces.

Por ende, su fortalecimiento como habilidad supone una modificación positiva de la conducta, tanto intrínsecamente, al reducir los impulsos que ciertas respuestas producen, como extrínsecamente, al aplicar el mismo control, pero con impulsos no derivados de la respuesta misma, cuestiones que, en suma, trabajan la fuerza de voluntad y permiten al individuo avanzar en su formación educativa, pese a los múltiples obstáculos que puedan presentarse, siempre teniendo una meta como norte, procurando el mayor desarrollo personal posible.

  1. Empatía, pues es indispensable que, desde el reconocimiento de distintas emociones y sus implicaciones, los individuos sean capaces de ponerse en el lugar de los demás, comprender lo que sienten y sentir con ellos
  2. Habilidades sociales, cuestión que parte del punto anterior, ya que desde el autoreconocimiento y la autogestión, las personas deben aprender cómo pertenecer a un grupo con intereses comunes, ayudar al resto, respetar y valorar las diferencias, disfrutar del contacto sano con otras personas, nutrirse de la experiencia ajena, etc.

Estos últimos dos elementos son importantes para reconocer el valor del otro. En específico, dentro de un aula de clase resultan indispensables para facilitar las relaciones personales entre los alumnos, a partir de la comprensión del otro como ser humano, con pensamientos, emociones y visiones únicas y valiosas (Bisquerra, 2002), que pueden aportar mucho a la hora de construir nuevos saberes.

Además, su vinculación es vital para la resolución de conflictos, la comunicación fluida, el trabajo en equipo, la cooperación, entre otras cuestiones, que previenen el acoso, la deserción, el absentismo y la fragmentación escolar.

4. Fracaso escolar y educación emocional

Una vez delimitados las funciones y alcances tanto de la inteligencia, como de la educación emocional, es posible delimitar, como ya se mencionó en un principio, que sus bases poseen elementos favorables para disminuir las altas tasas de fracaso escolar que España presenta hoy en día.

Hacer esta afirmación resulta factible, pues siguiendo a Goleman (1995), la educación emocional, dirigida a adolescentes, debe propiciar, a partir de sus capacidades intelectuales, el desarrollo de la motivación, el compromiso y el espíritu de cooperación. Son precisamente estos tres elementos aquellos en los que los estudiantes españoles víctimas o en riesgo de fracaso escolar presentan mayores dificultades, tal como lo dispone el estudio de la Consejería de Castilla y León (2018), por lo que demuestran que sus relaciones conflictivas con el aprendizaje – y probablemente con el resto de elementos de su vida – viene marcada por falta de habilidades para gestionar sus sentimientos de forma adecuada, además de por una falta de visión acerca de la importancia que la formación tiene para la vida, cuestión que trae consigo:

  • Una imagen distorsionada de sí mismos.
  • Falta de herramientas comunicativas para entablar relaciones sanas con el otro.
  • Acoso escolar.
  • Rechazo por la educación, al considerarla impositiva e inútil.
  • Visión negativa de la vida.
  • Pocos recursos para reconocer los propios problemas y apoyarse en el otro en la búsqueda de soluciones.

Esta serie de elementos deben ser trabajados, tanto para disminuir, como para prevenir el fracaso escolar, a partir del desarrollo de la sensibilidad y las habilidades de gestión y comprensión de las emociones en los alumnos, involucrando sus componentes mentales, afectivos y sociales como un todo (Aliste y Alfaro, 2007), pues esto permitirá dotarlos de enseñanzas que les hagan entender tanto el sentido de la educación para la vida y no como un simple espacio para adquirir conocimientos distanciados del mundo real –que además sirven para vivir en él, con éxito–, como para sobrellevar las distintas adversidades que puedan presentárseles y sobreponerse a ellas, con herramientas y recursos que faciliten y que puedan sacar provecho de cada situación de las que sean parte en su vida, que a su vez disminuyan los riesgos que la falta de escolarización trae consigo.

Entonces, educar para entender las emociones supone, además, educar para la vida, pues esta se basa en las experiencias –y sus impresiones– que los individuos experimentan. Esto va en sintonía con lo dispuesto por la LOMCE (2013), en dos vertientes.

La primera de ellas, porque contribuye con el conocer, hacer, convivir y ser que sus competencias y objetivos disponen, puesto que enseña a reconocer las propias emociones y las de los demás, regularlas, controlar los impulsos, trabajar la tolerancia, disminuir la frustración, aumentar la motivación  y el autoestima, mantener relaciones interpersonales sanas, entre otras cuestiones.

La segunda de ellas, porque contribuye al objetivo principal de la educación: conseguir el pleno desarrollo integral de cada uno de los individuos, ya que contempla una parte crucial del ser humano: las emociones, mientras procura que el estudiante alcance el máximo desarrollo de su yo, controlándolo y controlando al resto. Aunado a esto, persigue el lema “conócete a ti mismo”, siendo este uno de los requerimientos del hombre por naturaleza, desde los inicios de la humanidad (Aliste y Alfaro, 2007).

Siguiendo con esto, la educación emocional brinda a los adolescentes en crecimiento herramientas para sobrellevar cuestiones propias de la etapa en la que se encuentran, tales como la depresión, la ansiedad, la baja autoestima, el rechazo, entre otras, a partir del fortalecimiento de los cinco principios de Brockert y Braun (1997): conciencia emocional, autocontrol, motivación, empatía y habilidades sociales, cuyo desarrollo no solo los ayudará a superar con éxito la Educación Secundaria, sino también a sobrellevar adecuadamente el resto de etapas educativas y las responsabilidades propias de la vida adulta, puesto que adquirirán competencias para lidiar con todo tipo de dificultades.

Además, tal como disponen López y González (2003), la educación emocional en estos contextos educativos también contribuye con el desarrollo de habilidades sociales en los alumnos, quienes podrán evitarse choques y problemas entre sí, al igual que construir vínculos sanos y duraderos, a partir de la empatía y el respeto por el otro, cuestiones que, además, les darán competencias discursivas para expresar con claridad bien sus sentimientos, bien los mensajes que quieren dar a entender al otro, evitando conflictos, trabajando con fluidez en equipo y planteando metas conjuntas.

Dichas habilidades también resultan de importancia para la toma de decisiones, pues le permiten a los estudiantes tanto aprender a plantear distintas opciones y estipular en cada una de ellas vías principales y alternas para su resolución, como consultar con sus allegados las opciones que tienen y sus nuevos alcances, para así escoger la mejor opción posible, sacando de ella el mayor provecho.

Asimismo, educar por y para las emociones también es hacerlo para la salud, pues aprender a gestionar aquello que resulta negativo (Aliste y Alfaro, 2003), como el fracaso, la ansiedad, la depresión, el rechazo, la frustración, la tensión, entre otras cuestiones, evita el desarrollo de trastornos mentales, problemas alimenticios y enfermedades crónicas, puesto que se reduce el nivel de estrés y con ello las consecuencias negativas sobre los el cuerpo que este trae consigo.

Como resultado, desde la perspectiva de la que se mire, la educación emocional tiene beneficios dentro de los contextos educativos e influye directamente sobre los índices de fracaso escolar que se manejan en España en la actualidad. Su uso formaría personas capacitadas para llevar a cabo un desarrollo escolar exitoso, a partir de altos niveles de motivación intrínseca y extrínseca, dados por un amplio conocimiento de sí mismos y de su entorno, pero también aptas para sobrellevar la vida fuera de las aulas y gestionar distintas situaciones, que puedan influir en la forma en la que se relacionan con la escuela, bien sea presiones sociales, problemas familiares o dificultades económicas.

5. Acciones a emprender dentro de la orientación educativa

Por tratarse de un espacio en el que los estudiantes obtienen consuelo para sus limitaciones, el Departamento de Orientación se presenta como el espacio propicio para llevar a cabo secuencias de enseñanza-aprendizaje, que trabajen en los alumnos los cinco componentes mencionados por Brockert y Braun (1997).

En este sentido, se propone que se realicen, a favor  de prevenir y erradicar el fracaso escolar:

  1. Ciclos de formación, en los que se capacite a los estudiantes sobre qué son las emociones, cuáles son, para qué sirven y cuál es su rol e importancia dentro de su vida
  2. Actividades:
    1. Dirigidas a pequeños grupos, en las que los estudiantes tomen momentos vividos u observados y describan cómo se sintieron ante ellos, para partir de estas vivencias y enseñarles herramientas para comprender sus sentimientos
    2. De simulación, en la que los alumnos experimenten distintas emociones, mientras que el orientador estipula cuáles son los mecanismos que deben llevarse a cabo para regularlas. Asimismo, estas deben incluir secuencias relacionadas con la gestión de impulsos, estipulando siempre las consecuencias que actuar bajo estas circunstancias trae consigo
    3. Grupales, en las que se trabaje, desde la empatía y el respeto, los principios del trabajo en equipo, las formas de resolver conflictos, las bases de una buena comunicación, los sustentos de los vínculos emocionales sanos. También sería útil, dentro de estas cuestiones, trabajar las consecuencias del acoso escolar, el maltrato entre parejas, etc.
    4. En familia, en la que los estudiantes, junto con sus padres, aprendan cuáles son los recursos que deben utilizar para comunicarse hechos importantes, así como para establecer vínculos de confianza, a favor de la solución de conflictos y la gestión de emociones propias y ajenas, desde el respeto y la empatía
  3. Charlas con expertos que ayuden a los estudiantes a formar hábitos de estudio, hacerse rutinas, buscar actividades para su tiempo libre, planificar los trimestres, preparar los exámenes, tomar apuntes, realizar trabajos, etc.

Conclusiones

El fracaso escolar es una realidad en aumento de la que España forma parte cada vez más. Esto hace que sea necesario buscar una solución, que ayude a los jóvenes del país tanto a superar sus etapas formativas obligatorias, como a encontrarle sentido a la educación en tiempos de crisis.

Ante este panorama, la educación emocional se presenta como una solución  óptima para el problema que el país presenta, pues contempla el fortalecimiento de habilidades de autoconocimiento, autorregulación, motivación, empatía y socialización, siendo todas estas cuestiones que, según las estadísticas, se encuentran deficientes en los estudiantes españoles y son, en su mayoría, la principal causa de la deserción escolar.

Llevar a cabo actividades de enseñanza, a partir de la orientación educativa, que lleven a los estudiantes a conocerse a sí mismos y al resto, tomando como punto inicial sus emociones, siendo estas parte fundamental de todo ser humano, permitiría aumentar en ellos el nivel competencial para la vida, a la par que darles una educación vinculada a sus necesidades, que va más allá de lo netamente académico, por lo que disminuiría los riesgos a los que se ven sometidos, además de que estarían más preparados para hacer frente a los problemas propios de la etapa adulta y, en consecuencia, para formar una sociedad española más consciente de la importancia de la gestión sentimental.

Los estudios futuros deben ir encaminados hacia esta perspectiva, tanto en el desarrollo de actividades específicas que tengan como objetivo el desarrollo dichas habilidades en los alumnos, como en el emprendimiento de investigaciones cualitativas y cuantitativas que prueben, a partir de datos estadísticos, la vinculación entre el nivel de inteligencia emocional de los alumnos y su rendimiento escolar.

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