25/02/2019 por Laura González del Río

El arte de enseñar

 

La sociedad reconoce a la sanidad y la educación como sus pilares básicos de supervivencia y evolución, pero ¿cuáles son a su vez los pilares de la educación? Omitiendo, siempre hasta cierto punto y para no alejarnos de la realidad, el aspecto económico, la docencia logrará alcanzar su máximo esplendor si dispone de un personal docente experto y motivado. Los maestros tienen en sus manos el poder de potenciar -o no- todas y cada una de las capacidades que su alumnado posee y, para ello, son esenciales varias cualidades, entre las que destaca la más necesaria -y muchas veces olvidada- de todas ellas: la vocación.

Este artículo nace de la necesidad de comprender la importancia de la educación y de cómo se puede alcanzar una calidad y equidad educativa real.  

Palabras clave

Educación, vocación, profesorado, alumnado.


Society recognizes health and education as its basic foundations of survival and evolution but, in addition, what are the pillars of education? Forgetting about, always up to a certain point so as not to distance ourselves from reality, the economic aspect, teaching will achieve its maximum splendor if it has an expert and motivated teaching staff. Teachers have in their hands the power to enhance - or not - each and every one of the capacities that their students possess and, for this, several qualities are essential, among which the most necessary -and often forgotten- of all them: the vocation.

This article has been born from the need to understand the importance of education and how real quality and educational equity can be achieved.

Keywords

Education, vocation, faculty, students


1. Introducción

La base de una sociedad estable, próspera y beneficiosa para cada uno de sus componentes es la calidad educativa. La educación es el motor de desarrollo del ser humano, y por tanto, de la sociedad; por esto mismo, adquiere un enorme valor para el hombre y como tal debemos tratarla.  

Toda educación cobra su sentido cuando alcanza la formación de cada individuo. Aunque esta es una acción propia y específica de cada uno consigo mismo, para lograrlo, es necesario un buen proceso de enseñanza-aprendizaje, que adecuado y adaptado a las características de cada alumno y alumna, potencie al máximo el desarrollo de las capacidades del alumnado, siendo esta idea última, la finalidad propia de la educación. 

El puerocentrismo defiende que el claro protagonista de la educación es dicho alumnado, sin embargo, y sin contradecir a este trascendental principio metodológico, se puede establecer una visión de la enseñanza estructurada en dos aspectos básicos, la educación -la cual hace referencia a qué enseñar- y el profesorado -lo cual hace referencia a cómo enseñar-. Comencemos entendiendo el proceso de enseñanza-aprendizaje desde su base, para entenderlo y valorarlo en toda su esencia.

2. Para qué enseñar, la educación

"La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo" (Nelson Mandela).

La educación es la forma que tiene el hombre de cambiar la sociedad; educando y ofreciendo un futuro próspero a la población, conseguiremos evolucionar como especie. Así, el maestro tiene en sus manos el futuro tanto de sus alumnos como de la sociedad en general, `poder´ del que deberá ser consciente y utilizarlo de la forma más correcta posible. 

Para comprender la noción de educar, Marqués (2006) ofrece una definición muy completa y enfocada a la educación: “educar no es sólo transmitir el legado cultural a las nuevas generaciones, sino es también, ayudar a despertar las vocaciones que existen, en potencia, en el espíritu de cada alumno. Es proporcionar las condiciones para que cada uno logre el máximo de sus posibilidades y no se le prive de realizar todo el potencial del que sea capaz. Por último, educar es permitir que cada uno conozca sus finalidades y sea capaz de encontrar y movilizar los medios para concretar esas finalidades”. De acuerdo a esta exquisita definición, el buen docente tendrá que asumirla como propia, como objetivo de su práctica educativa para lograr el completo desarrollo evolutivo de sus alumnos.

Con respecto a la etimología de educación, García Aretio, Ruiz Corbella y García Blanco (2009) ofrecen una amplia información del significado de dicho término. De acuerdo con ellos, “educación” proviene de dos palabras latinas que parten de la misma raíz “educo” y que mantienen una idea común pero aportan una dimensión diferente de la actuación educativa, estas son:

  • Educare, que significa cuidar o alimentar. Este significado sostiene una actuación externa al sujeto que se educa, le estamos proporcionando lo necesario para salir adelante en su proceso de constituirse como persona; en este sentido, la educación se centra en la transmisión de la información necesaria para integrar al educando en un contexto concreto.
  • Educere, que implica sacar fuera o extraer. Este significado no solo exige una actuación del educador para guiar ese proceso, sino también la necesaria participación del propio sujeto sobre el que se ejerce esa actuación.

La primera perspectiva comprende la educación como una actividad inevitable llevada a cabo por cualquier individuo que en un momento dado debe cuidar a otro. En cambio, la segunda perspectiva entiende la educación como un proceso de desarrollo de las capacidades de cada individuo.

 Así, y siguiendo las ideas de estos últimos autores, observamos cómo la educación implica tanto el cuidado y la conducción externa, que estaría más ligado al desarrollo biológico innato de todo individuo, como la necesaria transformación interior. Exige una influencia, que siempre proviene del exterior, como un proceso de maduración que sólo puede llevar a cabo el propio sujeto que se educa. Esto es, ambas perspectivas convergen en guiar a cada individuo en su proceso de convertirse en persona.

La educación es un proceso de socialización y aprendizaje fundamental en el ser humano que, guiada de la forma correcta, denota un desarrollo de las capacidades del hombre. Es este crecimiento del ser humano lo que otorga a ésta una enorme importancia en la sociedad, siendo así el verdadero motor de desarrollo de un país, formando a sus futuros ciudadanos y teniendo, gracias a esto, un enorme poder dentro de la sociedad. Gracias a la educación, no solo construimos personas, sino que también creamos una sociedad crítica y, por tanto, transformadora.

La misma Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación incide en la relevancia de la educación y la sociedad al afirmar que de ella dependen tanto el bienestar individual como colectivo, al ser la mayor riqueza y el principal recurso de un país y de sus ciudadanos. A su vez, la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la Mejora de la Calidad Educativa inicia su preámbulo señalando cómo el alumnado es el centro y la razón de ser de la educación, y su aprendizaje en la escuela debe ir dirigido a formar personas autónomas, críticas y con pensamiento propio. Así, todos los alumnos y alumnas tienen un sueño, todas las personas jóvenes tienen talento, y estas personas y sus talentos son lo más valioso que tenemos como país.

Cabe destacar que la educación tiene una serie de funciones sociales, tales como asegurar una continuidad social (al transmitir la herencia cultural), promover el cambio social (al formar una voluntad al servicio de las ideas y al estimular la creatividad individual), mentalizar sobre la política de un país, promover el progreso humano, preparar al alumnado para su capacitación profesional, mostrar los valores, derechos y deberes como ciudadanos y ejercer los roles sociales.

Sin embargo, nada de lo desarrollado hasta ahora sería posible alcanzar sin un profesorado activo, formado, crítico, vocacional y entregado a su alumnado.

3. Cómo enseñar, el buen profesor

“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo” (Benjamin Franklin).

En la enseñanza actual hay una amplia variedad de docentes, pero no todos ellos pueden ser considerados buenos profesores. El buen docente, no es aquel que transmite al alumnado un sinfín de conocimientos, sino aquel que sabe cómo hacerlo para que este no los olvide y sea capaz de darles la utilidad que tienen; es decir, aquel que potencie todas las capacidades de sus alumnos.  

Asumiendo esta idea como objetivo, la figura del docente puede basarse en tres pilares fundamentales: los principios pedagógicos, las habilidades sociales y la vocación; tres pilares básicos de una buena docencia que denotan la base de la figura del profesor la cual se verá complementada durante la experiencia y el ejercicio de la misma por aspectos influyentes tanto desde la sociedad como desde la enseñanza propia.

Desde la sociedad, influyen aspectos tales como el centro educativo en el que se enseñe y las normas que este rija, las leyes educativas vigentes del país y los aspectos culturales y valores que se quiera transmitir de acuerdo a la cultura propia; y, desde la misma enseñanza, atañen las teorías de enseñanza, los recursos educativos, las destrezas docentes, el currículo y el conocimiento de las materias que se imparten en cada etapa.

Con todo ello, los pilares de esta figura docente se exponen a continuación.

  • Principios pedagógicos

“Nuestra práctica pedagógica es una búsqueda incesante. Permanece constantemente abierta: abierta a la creatividad de los niños, abierta a la observación y al análisis de su comportamiento, abierta asimismo a nuestra propia creatividad que nos incita a proponerles –no a imponerles– nuevas direcciones de búsqueda que nos permitan sondear su verdadero interés” (A. Lapierre; B. Aucouturier).

La didáctica del docente debe ser clara y propicia para el alumno, el profesor debe tener asentadas sus bases de enseñanza antes de comenzar a impartirla, puesto que los principios pedagógicos son el sustento de la educación, la base esencial de esta. 

García Aretio, Ruiz Corbella y García Blanco (2009) defienden la importancia de los principios pedagógicos en la educación al señalar que “toda acción educativa se desarrolla siempre en base a unos principios que dirigen, regulan, dan sentido, respuesta y coherencia a dicha acción”. Los principios pedagógicos son condiciones esenciales para la implementación del currículo, la transformación de la práctica docente, el logro de los aprendizajes y la mejora de la calidad educativa. Gracias a ellos, estamos planificando y centrando nuestra enseñanza en el alumno y en sus procesos de aprendizaje.

  • Habilidades sociales

El ser humano nace y se desarrolla en una sociedad con una estructura tan compleja como la forma que él mismo tiene de relacionarse dentro de ella, siendo por ello que pasamos gran parte de nuestra vida cotidiana en interacción social.

El proceso de socialización, o la interacción que realiza cada individuo con el resto de personas de su entorno, viene caracterizado por una serie de habilidades sociales. Estas habilidades sociales corresponden, según Combs y Slaby (1977) (citado en Peñafiel y Serrano, 2010) a “la capacidad para interactuar con los demás en un contexto social dado de un modo determinado que es aceptado o valorado socialmente y, al mismo tiempo, personalmente beneficioso, mutuamente beneficioso o principalmente beneficioso para los demás”. Es decir, las habilidades sociales son respuestas aprendidas, conductas o destrezas sociales específicas, requeridas para ejecutar competentemente una tarea de índole interpersonal; sirven para mejorar la competencia social, por ello, el docente deberá poseer una serie de cualidades o competencias sociales que le permitan desarrollar su labor con solvencia.

El profesor se enfrenta diariamente a toda una comunidad educativa -familias, alumnos, profesores- con la que debe tratar y relacionarse de una forma eficaz. Esta interacción social será la base de una educación satisfactoria e individualizada a la par que global, donde se podrán analizar todos los aspectos educativos necesarios para cumplir el objetivo del proceso de enseñanza-aprendizaje.

De acuerdo con esto, el buen profesor deberá disponer de estas habilidades sociales tales como el autoconocimiento de sí mismo, empatía, una comunicación asertiva, capacidad para tomar decisiones, manejo de problemas y conflictos, pensamiento creativo y crítico, manejo de emociones y sentimientos así como de tensiones y estrés; que le facilitarán su relación con su entorno educativo, promoviendo una comunicación fluida, continua y cercana. De esta forma obtendrá las destrezas necesarias para saber escuchar, gestionar y resolver conflictos, trabajar en equipo, saber comunicarse, ofrecer una escucha activa, tener empatía, etc.

El docente ha de poseer las suficientes destrezas sociales y educativas para hacerse con la situación del aula, motivar a sus alumnos, citarse con las familias y compenetrarse con sus compañeros; es decir, interactuar con toda la comunidad educativa.

  • Vocación

La vocación es un concepto altruista que puede extrapolarse a todas las esferas de la vida, ya que no solo está presente en la enseñanza. Así, cabe destacar la idea de Dewey (2004) sobre cómo “todo individuo -agricultor, medico, maestro, estudiante- ha errado su vocación si no encuentra que la realización de resultados valiosos para los demás es el acompañamiento de un proceso de experiencia con valor intrínseco”. Enmarcando esta vocación al acto de la enseñanza, Marqués (2006) refleja que educar es un arte, una técnica y un talento, por lo que el profesional de la educación necesita tener vocación para ejercer la función de educar. Así, la vocación adquiere una importancia enorme para el profesor que se dispone a ejercer. 

La vocación es uno de los pilares básicos de la enseñanza que no se adquiere con el tiempo, el aprendizaje o la experiencia; es una capacidad que muestra interés y motivación por parte del maestro, y la cual debe nacer intrínsecamente del individuo desde el primer momento que se plantea ejercer en la docencia; es una capacidad innata en el buen maestro y, sin ella, la figura del docente ideal no será posible.

Larrosa Martínez (2010) ofrece una definición de la vocación docente como una “inclinación natural para dedicarse a la actividad profesional de enseñar con entusiasmo, compromiso y confianza en el poder de la educación, dedicación especial y de servicio hacia los demás”. Asimismo, señala cómo la actividad docente es una profesión con vocación, una profesión de valores.

La vocación del docente no es el aspecto fundamental de la enseñanza, sino que este ha de estar complementado con otros aspectos como la formación del profesor. De acuerdo con esta idea, Larrosa Martínez (2010) señala cómo la asistencia a los demás y la preparación profesional del docente no son excluyentes, sino equilibradamente necesarias donde no es suficiente con el querer; la profesionalidad precisa vocación. La idea general es que para la enseñanza se requiere una cierta vocación, pero reconvertida y actualizada a los parámetros que corresponde a un ambiente de pluralismo ético y moral. 

“Es notable la capacidad que tiene la experiencia pedagógica para despertar, estimular y desarrollar en nosotros el gusto de querer bien y el gusto de la alegría sin la cual la práctica educativa pierde el sentido. Es esta fuerza misteriosa, a veces llamada vocación, la que explica la casi devoción con que la gran mayoría del magisterio sigue en él, a pesar de la inmoralidad de los salarios. Y no solo sigue, sino cumple, como puede, con su deber. Amorosamente, agrego” (Paulo Freire).

Conclusiones

Lógicamente, no es suficiente con poseer los tres pilares desarrollados previamente sino que habrá que complementarlos con otras cualidades que el docente también debe poseer, las cuales irá adquiriendo durante el ejercicio de su docencia y la experiencia, tales como sus destrezas docentes, sus conocimientos a transmitir, sus recursos educativos, sus valores y conocimientos sobre la sociedad, etc.

Con el objeto de lograr una educación de calidad, somos los propios docentes quienes debemos marcarnos retos en la enseñanza y pretender lograr los mejores resultados -tanto en nuestros alumnos y alumnas como en nosotros mismos-. Este es el inicio para lograr un sistema educativo con el que se alcance una educación integral y de calidad, gracias a la cual construyamos una nueva y mejor sociedad, donde sus ciudadanos se desarrollen satisfactoriamente siendo críticos con ella y pudiendo potenciar al máximo todas sus capacidades y sus posibilidades de acción en esta. 

No olvidemos que no existe enseñanza sin aprendizaje, primero aprendamos a aprender para después poder aprender a enseñar; al fin y al cabo, la comunidad educativa es un todo, un entorno educativo global dentro del cual todos sus miembros aprenden unos de otros, respetándose entre sí.

Bibliografía

  • De Ketele, J.M. (1984): Observar para educar, observación y evaluación en la práctica educativa. Madrid, España: Visor.
  • Dewey, J. (2004): Democracia y educación. Madrid, España: Morata S.L.
  • García Aretio, L.; Ruiz Corbella, M. y García Blanco, M. (2009): Claves para la educación: actores, agentes y escenarios en la sociedad actual. Madrid, España: Narcea S.A. 
  • Marcelo, C. y Vaillant, D. (2009): Desarrollo profesional docente, ¿cómo se aprende a enseñar? Madrid, España: Narcea S.A.
  • Marqués, R. (2006): Saber educar, un arte y una vocación. Madrid, España: Narcea S.A.
  • Peñafiel, E. y Serrano, C. (2010): Habilidades sociales. Madrid, España: Editex.
  • VV. AA. (2005): La educación infantil, organización escolar (0-6 años). Barcelona, España: Paidotribo.
  • Larrosa Martínez, F. (2010). Vocación docente versus profesión docente en las organizaciones educativas. REIFOP, 13 (4). Consultado en noviembre de 2018 en http://www.aufop.com      
  • Investigación Educativa: habilidades sociales en la formación profesional del docente. Consultado en diciembre de 2018 en http://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtualdata/publicaciones/inv_educativa/2007_n20/a09v11n20.pdf  
  • Organización EDEX: proyecto Habilidades para la Vida. Consultado en diciembre de 2018 en http://habilidadesparalavida.net/habilidades.php  
  • Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la Mejora de la Calidad Educativa.
  • Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación.

 
 
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